“Cuando aborté tenía 15 años. No sabía nada del mundo, de la vida”, cuenta Sofía López (a quien le cambiamos el nombre para proteger su identidad), mientras sonríe coquetamente. Hoy tiene 20 años y su vida cambió. No sabe si para bien, pero no se arrepiente de su decisión.
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Tiene la piel clara. Su pelo es largo y tiene un cuerpo joven, atlético. Sonríe con picardía frecuentemente y parece ser feliz. Abortó cuando cursaba décimo en un colegio público en Bogotá. Usó tres pastillas de un medicamento que oficialmente se usa para la prevención y tratamiento de úlceras gástricas, pero que tiene un componente que induce contracciones y que usado de una manera especial, produce un aborto.
Las mismas pastillas que contienen uno de los componentes avalados por el Invima desde el 1 de marzo para la interrupción de embarazos en 3 casos, como lo especificó la Corte Constitucional mediante una Sentencia de 2006, cuando el embarazo es prodcuto de violación, cuando la gestación pone en peligro la salud de la madre, o cuando hay malformaciones. El caso de Sofía no es ninguno de los anteriores.
“Aborté, dizque por amor”, asegura de manera irónica, pero la verdad es que fue forzada por su pareja del momento, El hombre, 5 años mayor que ella, le dijo que o se sometía al procedimiento o la dejaba, “ y yo no quería criar a un hijo sola. Mi mamá decía que prefería una hija paralítica que embarazada”, comenta.
El hombre consiguió las pastillas en el mercado negro. “Se las compró al mismo que se las vendió la primera vez que abortó con una exnovia. Él era experto en eso”.
Hoy, después de un quinquenio de ocurridos los sucesos, Sofía ha recuperado su vida, en palabras de ella. “Ya salí de la depresión por haber matado algo mío. Lo que no recuperé fue mi salud”, y es que Sofía ahora tiene que someterse a un tratamiento permanente para erradicar los 15 quistes que tiene alojados en sus ovarios y que hacen que sus menstruaciones sean dolorosas y lleguen a durar hasta 12 días. “El médico me dice que por ahora no puedo tener hijos por culpa del aborto”.
Según cifras de 2014, 13% de de las mujeres embarazadas en Colombia, mueren por procedimientos de interrupción del embarazo mal practicados: procedimientos ilegales. Sofía recuerda que fueron 16 días de dolores muy fuertes. “El sangrado era mucho. Yo no sentía fuerzas de nada. Ni de comer”, cuenta Sofía, mientras recuerda que perdió 8 kilos en dos semanas. “Pensé que me iba a morir”.
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350000 pesos le costaron las 3 pastillas con las que abortó Sofía. Fueron compradas a un hombre que pauta en internet como “Aborto fácil y seguro”.
“Yo sé que mi embarazo fue mi culpa. Yo no me cuidé, pero si el aborto fuera legal y las mujeres pudieran decidir sobre tener un hijo o no, tantas personas no se morirían por tener que hacerlo a escondidas Mi aborto pudo ser evitado si hubiera sido educada de una mejor manera”, enfatiza la bogotana, que acudió al médico dos meses después y nunca se hizo un legrado o una intervención para limpiarse de los residuos.
Cuando se le pregunta si lo volvería a hacer dice tajantemente que sí, pero “eso no va a ocurrir porque ahora me cuido. A los golpes tuve que aprender sobre educación sexual. Y a eso le apunto, a que se nos eduque mejor, a que el sexo deje de ser un pecado cuando eres menor de edad”.
Es católica y siente que estuvo mal haber abortado, pero afirma que si sus papás no le hubieran escondido el tema de los condones o le hubieran dado la oportunidad de explicar, quizás tendría a un hijo o hija de 5 años. “Tenemos que aprender a educarnos y dejarnos de pendejadas. El aborto legal impide que tantas mujeres mueran; y una educación eficiente, que tantas mujeres aborten”.
Hoy el aborto es legal en el país, pese a quienes por razones religiosas están en contra. El Invima ya dio vía libre al tratamiento, que en palabras del Ministerio de Salud es “conveniente ya que reduce el número de tomas, es menos invasivo y más privado que el legrado”.