Por: Virginia Mayer // @virginia_mayer
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Llevé mi ropa a una lavandería y cuando la recogí faltaban una maleta y la bolsa que contenía mis prendas. Dijeron que volviera al día siguiente. Volví y dijeron que al otro día. Volví y encontraron la maleta, pero no la bolsa. La mujer tras el mostrador me dijo que habló con la fábrica donde lavan y que la estaban buscando, que volviera al otro día. Eso hice, y aún no la encontraban. Me dijo que volviera al día siguiente. Volví y aún no tenían mi bolsa.
La mujer dijo que no era su culpa, pues ella no me había recibido la ropa, y que además esa bolsa me la deberían haber devuelto. Le exigí que me devolviera la bolsa o me pagara por ella. Dijo que no me iba a pagar pues no era su culpa, y entonces fue claro que necesitaba a la Policía. Cogí una chaqueta sobre el mostrador, y le dije que se la devolvía cuando me respondiera por mi bolsa, sin moverme de ahí.
Se puso a llorar porque le dije que era una inepta, y comenzó a llamar a la fábrica, la Policía y hasta a su mamá. Seguimos discutiendo a gritos y madrazos, ella sin responsabilizarse por mi bolsa y yo cada vez más histérica. Cuando fue obvio que la Policía venía en camino, la chaqueta en mis manos se volvió obsoleta. La lancé hacia el fondo del establecimiento y me quedé apoyada sobre una columna, a esperar.
Llegaron cuatro oficiales buscando a la ladrona y yo expliqué los sucedido. Entonces llegaron los dueños. Él venía iracundo, temblando, seguramente al borde del infarto y controlándose para no darme en la jeta. Y ella me advirtió que era abogada. Qué miedo. Finalmente él sacó los $15.000 que costaba mi bolsa y los tiró al suelo. Yo le sonreí mostrando hasta las caries de mis muelas, me agaché y recogí el dinero. Di las gracias a la Policía y me fui.
Esta es mi forma de hacer las cosas, ustedes tendrán la propia. Yo no voy a permitir que me la monten, que abusen de mí, que me crean estúpida y me roben. Y ustedes deberían hacer lo mismo. Siempre.
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