Escrito por: Manuel Llano, líder del Campamento por la Paz en Bogotá.
PUBLICIDAD
Era allí, en ese espacio de 105 carpas, un mándala colorido rodeado por árboles y una gran carpa de reuniones, donde la atención sobre el proceso de paz y la construcción de un nuevo país se adelantaba con todas sus aventuras. Era allí, a un costado de la Plaza de Bolívar, donde por 45 días se discutía sobre lo público en lo público, donde se concentraron los sectores mas representativos de todo el país (indígenas, campesinos, afro descendientes, víctimas, iglesias, académicos y estudiantes) a tomar decisiones democráticas y participativas, a reconocernos y escucharnos, a dejar atrás las ideologías y partidos políticos para jalar para el mismo lado: presionar para la construcción de un nuevo acuerdo con su hoja de ruta y blindar el cese al fuego bilateral y definitivo.
Las lágrimas, la indignación y la frustración fueron protagonistas en el momento de enterarnos a las 3 de la mañana del 19 de noviembre que cerca de 400 agentes de fuerza disponible desalojarían el campamento de forma violenta. La voz del campamento es unánime y las evidencias (fotos y videos) se han esparcido por las redes como para desmentir el hecho que si hubo ataques y transgresiones. No era un campamento en contra de Peñalosa, era un encuentro legítimo y organizado para darle pulso al proceso de paz desde la voz de la gente. Luego de los hechos, el alcalde justificó a través de comunicados, que el desalojo fue concertado con los líderes del campamento y que habían apoyado en todo su desarrollo. Como vocero y mediador principal entre el campamento y la alcaldía tengo que decir que ni lo uno ni lo otro. Ahí se enredo la pita. A partir de este momento, a los líderes nos tildan de traidores y a los campistas que se quedaron como victimas que pedían carro, casa y beca. Una estrategia sucia para dividirnos internamente y quebrar la movilización.
Pero hay que desenredar la pita. Un día antes del desalojo, se acordó por medio de la asamblea (mecanismo interno participativo para la de toma de decisiones conjuntas) que el campamento no se levantaba a pesar de las presiones de la alcaldía que por Salsa al Parque pretendía removernos. A pesar de esto, para bien o para mal, algunos líderes decidieron levantarse e irse a las regiones para seguir movilizándose en los territorios. Por su parte, Peñalosa a través de sus voceros expresó que no habría desalojo y pedía al campamento reducirse a su máxima expresión o retirarse. Por ello, los campistas que quedaron, invirtieron cantidades enormes de energía para reducir el campamento en un 40% y se fueron a dormir tranquilos sin esperar que una fuerza que los superaba 60 a uno se organizaba para remover uno de los símbolos mas predominantes de la protesta social hacia la paz. No es posible que 30 años después Peñalosa reviva el estatuto de seguridad de Turbay donde los horrores morales de esta sociedad se cometían a las 3 de la mañana.
A pesar de la coyuntura, hago un llamado a la fuerza y la sabiduría para no perder el norte de tan emblemático movimiento que hemos creado. Es importante anotar que el Campamento Permanente por la Paz no se ha levantado, que los campistas que se quedaron siguen en reuniones y están en conclave para definir sus próximos pasos. Que al acuerdo le falta la firma y su ruta, que el cese al fuego bilateral y definitivo es frágil y hay que seguir resguardándolo para que la paz no se queme en la puerta del horno como la ha dicho Humberto de la Calle. No solo hay que ponerle el pecho a este momento tan crucial, si no seguir construyendo una fuerza ciudadana tal, que esté a la altura de lo que apenas comienza. Que no se fracturen nuestras alas, que el caminar siga siendo conjunto y solidario, y que podamos ver con claridad el horizonte de una Colombia unida y fraterna hacia este tan importante escalón hacia la paz.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.