Ha sido un largo viaje de setenta días, cinco países y diecisiete ciudades. En él he conocido lugares mágicos, gente extraordinaria y he podido vivir de cerca la cotidianidad y las dinámicas de sitios y personas que hoy me hacen un mejor ser humano.
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Me llamó la atención, por ejemplo, el orden con el que todo funciona en Copenhague, ahí la mayoría se mueve en bicicleta, tienen una ciclorruta muy bien organizada, todos respetan las señales y hay más bicis en cada esquina que carros. El aeropuerto está muy cerca del casco urbano y las estaciones de metro son modernas. El fin de semana la gente suele estar a lado y lado de los canales, compartiendo con amigos y tomando el sol.
El Vondelpark, en Ámsterdam, invita a quedarse toda una tarde haciendo pícnic y viendo a los patos nadar en los lagos. La bicicleta también desempeña un papel fundamental para la movilidad, aunque se formen trancones y todo se vea mucho más movido. La primavera regala miles de tulipanes de todos los colores que adornan los campos y las calles, como si fueran un sublime regalo de Dios.
Roma está llena de historia, la misma que me hizo confrontar mis creencias religiosas y mi posición política, los conductores de carro son algo impacientes y la pasta, la pasta se sirve realmente al dente, aprendí que siempre me he pasado por lo menos un minuto en su cocción, bueno, yo y todos los colombianos que conozco. En Sardegna valoré nuestros mares, porque esa isla está llena de playas paradisiacas, como las colombianas y alguien pudo por fin aclararme mi dilema sobre la forma en la que pronunciamos la palabra ‘pizza’. Sí, es “picsa”, no “pisa”. Como el sol no me acompañó mucho, mi italiano se reforzó, ahora puedo decir que estaba “troppo freddo”, o sea muy frío. Escalar el Supramonte quitó de mi mente muchas limitaciones físicas que solo han estado ahí, en mi cabeza.
Por Europa se viaja con poco dinero, los vuelos entre los países Schengen son a bajo costo y hay docenas de aerolíneas de este tipo. Así llegué a Berlín y me encontré el carnaval de la cultura, me infiltré cuando pasó la caravana de Colombia al son de cumbia y el corazón se me llenó de orgullo. Lo más curioso es que cada vez que me preguntaban de qué parte del país soy y yo contestaba de Barranquilla, todos, sin excepción, se alegraron y me dijeron: ¡ah, como Shakira!
Recorrí muchas ciudades de España, no solo en avión, también en tren y en carro, pasé por la mayoría de sus comunidades autónomas y entendí un poco el afán de algunos de lograr su independencia, hablo por los catalanes y los vascos. Me gustó mucho Bilbao, aunque viviría en Madrid y, por supuesto, en Barcelona. Barcelona, parece tan fácil pensar que esa ciudad es el vivo ejemplo de lo que tenemos que hacer en Bogotá con las vías, el transporte y, en general, la planeación de una urbe importante, que me da impotencia el saber que estamos aún lejos de eso. Confieso que es muy lindo experimentar las cuatro estaciones, pero me quedo con nuestro clima y nuestra geografía, que nos regala lo que tanto extraño: las frutas del trópico.
Tengo tantas historias que contar, que necesitaría días. Eso sí, lo que más disfruté fue enfrentarme a la soledad, hablar conmigo misma, conocerme más a fondo, pasar de la alegría a la tristeza, del llanto a la risa, de la calma a la euforia y sorprenderme con todo como cuando tenía cinco años. Gracias a la vida por este tiempo tan valioso, a los que me ayudaron a salir de mi zona de confort y a quienes me recibieron en cada puerto. Es hora de volver a casa. ¡Los invito a atreverse!
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¡Feliz fin de semana!
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.