Jefferson Herrera era un humilde trabajador del fútbol. Un día se dio a conocer porque tras un intento de atraco terminó parapléjico por el balazo que recibió por desconocidos que le iban a hurtar su teléfono celular. Desde ese día ha estado tratando de luchar contra la corriente para pagar su tratamiento médico, que está lleno de complejidades por lo delicada que resultó la lesión que le cambió la vida y se la transformó en un infierno.
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En ese instante Herrera estaba afiliado a una ARP a través del club en el que militaba: Depor FC. Lo que hoy me pregunto –e imagino que Herrera también– es ¿qué va a pasar con esa asistencia, vital para el malogrado futbolista, si es que Depor FC hoy se llama Atlético FC?
Y este es apenas uno de los escenarios: si alguien envió una factura para cobrarle una deuda al Depor FC, ¿hoy a quién se la debe cobrar si es que el Depor ya no existe? Cualquier responsabilidad, cualquier deber con la sociedad, queda exonerado para el Depor con el simple cambio de su nombre porque es como si no hubiera existido jamás.
Es imposible no sentir mucho asco por la manera en la que se manejan la cosas en la Dimayor. Si uno se pone a hacer el recuento juicioso, habría que decir que varias ediciones del torneo de la B deberían ser impugnadas por la ilegalidad en la que varios de sus integrantes la disputaron. Y la referencia es hacia el famoso reconocimiento deportivo –que al final da lo mismo tenerlo o no, porque igual juegan así–. Y ante los problemas, los clubes lo único que hacen es que cambian el nombre del aviso de la tienda y todo solucionado.
No por nada, de acuerdo con un informe realizado por Acolfutpro, han existido 61 clubes en un lugar en el que solamente existen 36 fichas. Desde Fiorentina de Caquetá, pasando por Atlético La Sabana, y dando una curva por Dinastía, Centauros, Unión Soacha y Chía Fair Play, la lista de vulgaridades sigue.
El Depor, del que se había dicho que iba a perder los partidos no disputados por WO, está tranquilo: hoy con su nuevo nombre, Atlético FC, esa sanción no le caerá encima: se pondrá al día en el calendario y, de golpe, quién quita, venza en esos juegos que nunca debió disputar.
Es más, en una de estas este Atlético queda campeón de la B, así, como para sentir un poco más de vergüenza. Para perder un poco más la fe en esta dirigencia que prometió que iba a cambiar muchas cosas, pero que está hecha de la misma madera podrida de las de antes.
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Lo que más me gusta de todo este panorama es cuando, con orgullo, todos los integrantes de esta mojiganga se autodenominan como una familia. Se dicen orgullosos de pertenecer a la “familia” del fútbol.
Si esta clase de hamponerías son las que caracterizan a la “familia” del fútbol, me pido ser el bastardo de la casa.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.