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Jairo Castillo de naipes

“A la gente le gusta que uno se arrodille. Aquí estoy: pido disculpas, perdón. Soy famoso: me tocó”.

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La fama, esa que es la codiciosa y coqueta que envuelve a todo el mundo y que aspira a tenerla antes que, por ejemplo, el respeto, a veces termina jodiendo la cabeza de alguien incapaz de tolerarla. La frase es de Jairo, luego de ser detenido tras haber huido de un retén de alcoholemia en noviembre del año pasado.

Difícil ver un jugador tan talentoso. No se me olvida nunca aquella vez que, durante una Copa Merconorte y jugando contra Millonarios en El Campín, le empacó un golazo a Rafa Escobar, juvenil arquero azul que atajó esa noche de derrota. Castillo, que ya era protagonista por sus maniobras y gambetas en el Bucaramanga y después en el rojo de Cali, se fue corriendo a celebrar mientras que Sergio João, delantero brasileño ex-Bolívar de La Paz, sacaba de su pantaloneta una máscara de caucho de tigre para que Castillo se la pusiera. Claro, Castillo se la puso y bailó sin importarle los fluidos de Joao.

En Vélez fue genial. Sentó a Schiavi y a Siboldi en un gol contra Argentinos Juniors a punta de fuerza ante una pelota dividida y hasta se dio ese extraño gusto de atajar en el marco de una Bombonera repleta. Tuvo la personalidad de ponerse el buzo y los guantes luego de que José Luis Chilavert fuera expulsado. Y con Colombia fue inolvidable su chilena en Santiago o su bombazo ante los uruguayos en un partido que no tenía forma de inclinarse hacia nuestro lado.

Lástima que siempre estuvo en la cornisa. Y aunque se cayó varias veces, decidió abstenerse de aprender de los porrazos. Como en el 98, en un accidente que produjo con su automóvil al chocar una moto. Al piloto le amputaron una pierna. En el 2001 marcó otro precedente fatal, conducía una camioneta Ford y en estado de ebriedad; el final era el esperado: accidente y dos muertos.

Y en ese ritmo el brillo de Castillo se empezó a apagar, entre juzgados, legajadores, disputas con la prensa, silencios y cargos de conciencia, más allá de alguna esperanzadora actuación en Independiente y en Godoy Cruz o alguna carcajada cuando Andy Kusnetzoff le preguntaba si era cierta la leyenda de que cuando caminaba por la playa, Castillo dejaba tres huellas en la arena. La vida terminó golpeándolo con malos rendimientos, pasos anodinos en muchos clubes y el desperdicio de un penal que envió a su amado América a segunda división.

De nuevo ‘el Tigre’ volvió a aparecer: una mujer lo acusa de maltrato físico y, con fotos en mano, dijo que no fue la primera vez. Castillo tendrá que demostrar que no, que no es cierto lo que se dice de él, más allá de que sus esfuerzos en la vida hayan estado conducidos a agotar sin miramientos su propia presunción de inocencia.

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*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

 

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