Nikki M. Mascali
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“Es muy bonito aquí”, dice Victoria Smaltz, de Indianapolis, mientras toma una foto al 9/11 Memorial la tarde del jueves, una tarde cristalina que hace difícil decir dónde termina la torre del One World Trade Center y empieza el cielo.
No es muy distinta a esa mañana del martes de hace 16 años, cuando la ciudad de Nueva York y el mundo cambiaron para siempre.
“Pensamos que lo del primer avión había sido un error. Cuando salí para encontrar señal, vi al segundo avión chocar”, dice John Costalas, quien desde 1977 ha sido uno de los dueños del Essex World Café de la 112 Liberty. “Cuando el edificio se vino abajo, fue muy, muy aterrador. Hubo una gran explosión, como por un par de segundos”.
A pasos del complejo del World Trade Center, el restorán se transformó en una estación médica administrada por el gobierno por cinco meses. Un gran señal hecha a mano con madera aún cuelga en el interior. El restorán reabrió dos años después de los ataques. Por más de seis años, “fueron tiempos muy duros”, dice Costalas, agregando que el barrio era “como un cementerio”.
Aquellos días ahora parecen lejanos, mientras el Bajo Manhattan, como la torre del One World Trade Center, que se inauguró en 2014, hubiesen renacido realmente de las cenizas del 11 de septiembre del 2001.
“Ahora está repleto, pero las rentas están subiendo desde los últimos cinco años”, dice Costalas. “Vemos muchos turistas ahora, trabajadores de la construcción. Es la vida del barrio”.
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Mike Keane, dueño desde 1983 del O’Hara Restaurant & Pub en el 120 de Cedar Street, concuerda. A una cuadra de la zona cero, O’Hara reabrió en abril del 2002. “Al principio no andaba nadie, pero los últimos años han sido buenos”, dice.
No solo hay empresarios locales prosperando desde que el One WTC, su One World Observatory, el 9/11 Museum & Memorial y el Oculus and Fulton Center abrieron y se convirtieron en proveedores de público. El área también está atrayendo a cadenas de hoteles, chefs famosos y mucho más, para convertirse en un destino 24/7.
“Cada año que ha pasado desde los eventos del 9/11, el área ha pasado por una dramática revitalización”, dice Christopher Heywood, vicepresidente de Comunicaciones Globales del NYC & Company, la agencia de márketing turístico de la ciudad.
Acudiendo a FiDi
El turismo en el Bajo Manhattan ha estado en constante alza en los últimos años.
En 2012, 11,7 millones de personas visitaron el barrio más al sur de Manhattan. Para 2014, esas cifras se elevaron a 12,4 millones y en 2016, llegaron a 14,8 millones, de acuerdo a Downtown Alliance.
Con las atracciones añadidas como el Westfield World Trade Center y el Brookfield Place, el renacimiento del South Street Seaport y otros nuevos destinos en cubierta, es probable que la tendencia se mantenga.
Según Downtown Alliance, sin un orden particular, la Estatua de la Libertad, la esquina de Wall St. Con Broad St afuera del New York Stock Exchange y el 9/11 Memorial & Museum, que ha recibido a 10 millones de visitantes desde su apertura en 2014, están entre los destinos más importantes del barrio.
«Es divertido caminar sobre los pasos de Alexander Hamilton y echar un vistazo al puerto o la Estatua de la Libertad mientras voy camino a un nuevo bar o restaurante de moda» dice la presidenta de Downtown Alliance, Jessica Lappin. «Es algo que no se puede hacer en ningún otro lugar de la ciudad”.
Heywood, quien viaja a menudo al extranjero para promocionar a la ciudad de Nueva York, busca al nuevo WTC cuando vuelve.
«Hay un gran sentimiento de orgullo por este rascacielos reluciente que cobró vida y que reconstruimos. Y está en un barrio próspero; hay una nueva energía”, dice.
La pequeña capilla que resistió
La capilla de St. Paul es nada menos que un milagro.
Situada frente al WTC, la capilla sobrevivió al 11 de septiembre «sin una ventana rota o piedra desalojada», dice J. Chester Johnson, poeta y feligrés de Trinity Wall Street, que opera St. Paul’s.
Johnson, quien estuvo atrapado en su oficina en Wall Street por horas el día de los atentados, era miembro de la Sacristía de la Trinidad, o cuerpo gubernamental, e inmediatamente se hizo voluntario cuando St. Paul’s se transformó en centro de ayuda para la recuperación de los trabajadores.
“El odio y la maldad y el deseo de destruir era palpable por montones en la zona cero” dice. “Intentamos hacer contrapunto a esa experiencia. St. Paul’s fue haciéndole frente con amor y cuidado”.
La capilla proporcionaba cuidados, comida y un lugar de descanso mientras los trabajadores dormían en los bancos, usando animales de peluche donados por una chica en Ohio como almohadas. Miles de voluntarios vinieron de todo el país, como un entrenador de fútbol de Alabama que recogió botas para los trabajadores.
«Si estaban en la pila de escombros durante más de 30 minutos, sus botas empezaban a derretirse», dice Johnson. «Él juntaba, las ponía en su camión, conducía a Nueva York, daba las botas y fue voluntario por unos días».
Johnson fue tan inspirado por la supervivencia de San Pablo y la humanidad que vio durante esos meses difíciles, que escribió un poema ahora famoso, adecuadamente titulado «St. Paul’s Chapel». Desde el 2002, el poema ha estado en las tarjetas de recuerdo de la capilla.
Johnson ha visto de primera mano cómo el Bajo Manhattan pasó de estar cerrado al público a lo que es hoy.
«Es un maravilloso memorial y rejuvenecimiento de esa experiencia», dice. «Esa vitalidad que ahora forma parte de la vida en Manhattan es un buen testamento para el renacimiento».