Teresita Gaviria nació en el seno de una familia conformada por cinco hermanos. Su padre era finquero, esa era su pasión y lo que disfrutaba hacer. Desde muy pequeña recuerda que la guerrilla los desplazó cuando vivían en el suroeste antioqueño. Los acosos eran permanentes y el temor a que les pasara algo llevó a su padre a tomar la decisión de buscar un nuevo lugar donde vivir, así fue como llegaron al Urabá.
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El padre logró encontrar una finca en la que sintió que podría estar tranquilo, pero no fue así. Allí empezaron a acosarlo nuevamente y dos hermanos de Teresita un día salieron y no regresaron.
“Uno salió a darle vuelta a la finca y no volvió. El otro no sabemos por qué se perdió, no sabemos si fue la guerrilla o el paramilitarismo o si se voló por el miedo. Lo cierto es que ahí empezó nuestra batalla”, dijo.
Sin embargo, esas dos pérdidas no son las primeras para la familia de Teresita. Recuerda que cuando habitaban en el suroeste se presentó una masacre y en esa oportunidad murieron siete de sus familiares. “Uno llora a los familiares, uno se desespera, pero cuando pasa con tus padres o con tus hermanos la cosa es distinta”.
En ese momento Teresita percibió un silencio al interior de su familia que la hizo cuestionarse y determinar que era indispensable denunciar, porque de no hacerlo su familia iba a desaparecer. Sin embargo, fue unos años más tarde cuando daría el gran paso.
Al cabo del tiempo los grupos armados al margen de la ley lograron su objetivo. “Es que la idea de la guerrilla y del paramilitarismo era coger a todos los hacendados, quitarles la tierra y desplazarlos. Así fue, nos desplazaron y llegamos a Medellín”, agregó.
El dolor de madre
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En Medellín Teresita se enamoró, decidió casarse y formó su propio hogar. Tuvo dos hijos, uno de ellos era Cristian Camilo, un niño amoroso, alegre, estudioso y muy responsable.
A los 15 años, Cristian Camilo ya se había destacado académicamente y era reconocido por su personalidad emprendedora. “Ese día me pidió permiso para viajar a Bogotá con un ingeniero de la UPB y un amigo. Cuando llegaron a Doradal fueron retenidos. Eso fue el 5 de enero de 1998 a las 7:00 a.m. Tres horas después, a las 11:00 a.m. ya sabíamos que lo habían retenido varios hombres”, reveló.
La versión que tiene Teresita sobre lo que pasó con su hijo es la que le dio el otro amigo, que era el que conducía el carro y fue el que se percató de lo que había sucedido, porque se había bajado a desayunar en el Parador Verde. “Él me llamó y me dijo: doña Teresita, se llevaron al doctor y a Cristian, el niño suyo”.
Desde ese instante el dolor más profundo y desgarrador que una persona pueda sentir se apoderó de Teresita, no podía creer que su hijo de tan solo 15 años y con toda la vida por delante había sido retenido.
De inmediato empezaron la búsqueda por todas partes, la familia se unió para encontrarlo. Sin embargo, hoy 19 años después aún no se sabe qué pasó ni dónde está Cristian Camilo. “A pesar de los esfuerzos de la familia, de todo lo que hemos buscado, no hemos encontrado noticias de ninguna clase y todavía lo sigo buscando”.
Teresita insiste en su búsqueda porque es enfática al decir que “en este país no pueden perderse las personas y que todo quede así”, por eso lucha por darle voz a quienes no la tienen.
La fundación Madres de La Candelaria
Ese dolor que no tiene nombre, motivó a Teresita a crear el 19 de marzo de 1999 la fundación Caminos de esperanza – Madres de la Candelaria, porque sabía que al igual que ella existían muchas madres que tenían a sus hijos desaparecidos.
“Esta fundación nació para buscar a los desaparecidos en Antioquia y en el resto del país. Nació del modelo de las Madres de la plaza de Mayo en Argentina, a donde viajé con mis hijos en unas vacaciones y tuve la oportunidad de conocer”, apuntó.
En este país existen muchos lugares en donde las madres no pueden denunciar, ni reclamar, ni siquiera llorar a sus desaparecidos, dijo Teresita, por eso la organización tiene el objetivo de ayudarlas.
Hasta la fecha la asociación ha logrado encontrar a 100 desaparecidos y aún quedan 1176 que están buscando.
“Los encontramos muertos, pero tener la fortuna de entregárselo a las mamás, no tiene nombre. Muchas de ellas estaban muy enfermas, pero esto ha servido para que las demás sigan en la misma ruta del perdón”, agregó.
Las Madres de La Candelaria está conformada por 882 mujeres, que se apoyan constantemente y trabajan por encontrar la verdad.
La reconciliación
Teresita dice que el dolor que tienen, con el que viven y recuerdan a sus hijos no ha sido obstáculo para perdonar. “Esa es la ruta, perdonar a esos muchachos aunque no sepamos quienes son, para que no tengamos rabia ni odio en el corazón. Ojalá todo el país entendiera el dolor que nosotras tenemos y que no ha sido obstáculo para perdonar el accionar de tantas personas que mataron y desaparecieron en este país”.
Las Madres de la Candelaria se han convertido en un referente tanto para los paramilitares como para la guerrilla, por lo que les han propuesto que “para vivir tranquilos y sanar un poco este corazón es mejor que nos pidamos perdón”.
Actualmente, Teresita se convirtió en embajadora de la reconciliación en el Programa de Alianzas para la Reconciliación de USAID y ACDI/VOCA. Además, la Fiscalía y la Procuraduría le han brindado la oportunidad de participar en audiencias para poder contar la forma de cómo logró perdonar a quienes le arrebataron de la vida a su hijo.
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La cifra
100 han sido los desaparecidos que han logrado volver a las manos de sus madres.
1176 son los desaparecidos que aún se están buscando en el territorio nacional.
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La frase
“Ojalá todo el país entendiera el dolor que nosotras tenemos y que no ha sido obstáculo para perdonar el accionar de tantas personas que mataron y desaparecieron en este país”, Teresita Gaviria, presidenta de la Asociación Caminos de Esperanza, Madres de La Candelaria.
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