Hace algunas décadas la mayoría de las personas desde niños se imaginaban cómo sería su vida cuando envejecieran y se convirtieran en abuelos, generalmente se visualizaban rodeados de nietos, en un hogar amoroso, viviendo una etapa tranquila de la vida, sin el estrés del trabajo, ni del día a día y dedicados totalmente a disfrutar de la familia que lograron construir.
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Sin embargo, con el paso de los años ese ideal se ha desdibujado un poco, el cambio generacional abrió la puerta a las personas que definitivamente no quisieron conformar una familia y prefirieron la soledad como compañía.
Cualquiera de las dos opciones es totalmente válida, porque existe una verdad que ha sido incluida en múltiples y variada publicaciones: “todos vamos pa’ viejos”.
Nada más cierto y seguro que eso, porque la vejez es parte de la vida. A pesar de esto, muy pocas personas llegan a vivir ese sueño dorado de ser abuelos amados, respetados y sobre todo, valorados.
La experiencia laboral con adultos mayores que Vilma Isabel Betancur tuvo, la llevó a conocer una realidad de la que muchos hablan sin problema, pero de la que muy pocos se empoderan y eso la motivó para ser la fundadora y hoy directora de la Fundación Pan Para un Abuelo.
“Conocí la gran necesidad de tantos adultos mayores que tienen que hacer algún trabajo informal para poder sobrevivir. Me di cuenta de la problemática y que no tienen forma de conseguir los recursos para poder subsistir”, comentó Betancur.
La decisión de empezar a hacer algo por los adultos mayores de Medellín fue lo más fácil de todo el proceso, el objetivo era poder ofrecerles, por lo menos, la alimentación diurna.
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“Eso fue como cuando a uno le nace algo del corazón, cuando uno se sensibiliza y se da cuenta que definitivamente no hay que criticar tanto sino mejor hacer y que no hay que rezar tanto, digámoslo así, sino que hay que obrar” Vilma Betancur.
Al principio Betancur y sus compañeros creyeron que era simplemente conseguir la comida y salir a buscar a los adultos mayores que necesitaban la alimentación, sin embargo, hacerlo fue el principal obstáculo.
“El inicio fue decir vamos a darle comida a los abuelos, conseguir una casa, conseguir a alguien que nos ayude a cocinar y vamos a pedirle a los amigos. Yo no creía que eso fuese algo tan complicado, realmente pensé que era muy fácil, que solo era abrir las puertas, darle comida a la gente y que todo el mundo nos iba a ayudar. Pero me di cuenta que no era así”.
La duda de las personas era uno de los tantos obstáculos, pues no todos estaban dispuestos a darle algo solo por decir que era para darles de comer a los abuelos de Medellín. Durante un año con sus propios recursos trató de organizarse, hasta que vio la necesidad de constituir la fundación formalmente y así poder llegar a más donadores.
“Fue un proceso muy difícil porque la fundación no tenía recursos para poder hacerlo, pero al final se logró. Con mi anterior trabajo conocí la verdad de lo que vive el adulto mayor en Colombia que los abandonan, los vuelven invisibles y los recursos para ellos son mínimos”.
Con el ánimo en su máxima expresión y el corazón sensible, la fundadora y otras tres personas reunieron el dinero necesario para poder abrirle la puerta al servicio de alimentación que tanto deseaban entregarle a los abuelos en la capital antioqueña.
Aunque uno de sus grandes amigos, quien fue su principal apoyo, a los tres meses decidió retirarse por las grandes dificultades que debían enfrentar en el día a día y que consideraba no era capaz de soportar, Betancur se mantuvo firme y siguió luchando por lograr lo que deseaba.
El conseguir las donaciones fue un trabajo arduo y desalentador, porque “hay personas que ayudan porque quieren hacerlo y otras porque necesitan el certificado para cubrir la parte legal de la donación”.
Hace 10 años están constituidos legalmente y aunque la situación mejoró notablemente, porque ya tenían los soportes legales para llegarle a los posibles donadores, las dificultades no desaparecieron. “Empezó un trabajo más fuerte, empezamos a mostrar que lo que estamos haciendo es real, hay muchas implicaciones, pero con la legalización de la fundación sí llegaron varios benefactores a ofrecernos ayuda”.
Betancur no se considera una mujer religiosa, prefiere decir que “todo ha sido una obra del universo”, que le ha permitido pedir ayuda para brindarle alimento a los abuelos que lo necesitan en la ciudad y que ha contado con la suerte de que “siempre llega un angelito para resolver el problema del día”.
La ayuda para los abuelos tiene sus condiciones y se debe realizar un proceso, que parte de una visita a las viviendas en donde se comprueba que existe un abuelo con hambre. “Empezamos haciendo las visitas domiciliarias donde nos decían que había un abuelo que estaba aguantando hambre, les decíamos que podían llegar a almorzar a la casa, pero ahora las visitas las hacemos porque los abuelos van a buscarnos”.
La comunidad en general del barrio El Salvador, los sacerdotes y los demás abuelos van refiriendo a otros abuelos para que puedan solicitar el apoyo en la fundación.
Actualmente la Fundación Pan para un Abuelo atiende a cerca de 100 adultos mayores diariamente ofreciéndoles el desayuno y el almuerzo, y en algunos casos específicos también les ofrecen la cena.
“Nosotros tenemos abuelitos que reciclan, que venden tinto, camándulas, frutas; que trabajan de manera informal, que hacen mandados, que planchan. Aquí les cubrimos la alimentación, porque muchos tienen que pagar una pieza o un arriendo, porque deben comprar sus cosas de aseo, entre muchas otras cosas”.
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La Cifra
Según la Secretaría de Inclusión de Medellín en la capital antioqueña para el 2016 de 2.486.723 habitantes, 395.788 son personas mayores de 60 años, es decir un 16% de la población.
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Como alternativa para tener recursos y mantener la obra, la fundación cuenta con ‘El Ropero’ que es un bazar permanente en el que las donaciones de electrodomésticos, ropa usada, zapatos, bisutería, segundas de fábrica, cosas que la gente ya no utiliza, son vendidas. “Esa es una de las fortalezas grandes que tenemos para sostener la fundación”.
“Adicionalmente también estamos muy metidos en el medio equino, nos donan ‘saltos de caballo’ (semen), que los vendemos, subastamos o rifamos. Llevamos varios años con ellos y con eso nos ayudan mucho”.
Betancur define a los abuelos como “años de sabiduría invaluables para la sociedad” y considera que lo principal es volverlos visibles, pero sobre todo no juzgar, “no mirarlos como un ser humano que cometió errores, sino mirarlos con un ser humano que nos está enseñando algo, ver en ellos unos maestros y unos espejos para que tratemos de no llevar una vida perfecta, pero sí al menos una vida en amor”.