Es bombero voluntario del municipio de La Unión desde hace varios años, su interés por ayudar a las personas se encendió cuando en el colegio, en noveno grado, le dictaron una clase llamada Acción y rescate, donde sin pensarlo se despertaría su gran pasión por servir y ayudarle tanto a las personas como a los animales.
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Reconoce que desde muy niño ya sentía correr por sus venas el deseo por ayudar y fue su abuelo, su gran mentor y ejemplo.
«Desde muy chiquito me incliné por todo lo que tenía que ver con rescate, ayudar a las personas y también a los animales, porque mi abuelo fue el primer ‘tegua’ de La Unión, que quiere decir que fue el primer veterinario pero sin título y de él heredé el amor por servir”, explicó Esteban.
A sus 23 años, ya ha realizado varios cursos de bombero, sabe la importancia de estar actualizado en los procedimientos para poder servirle a quien lo necesite de la manera que corresponde.
Es Paramédico, estudio Atención prehospitalaria en urgencias, desastres y emergencias, hace parte del equipo de atención del Grupo Emi y por esta razón debió dejar su municipio para vivir en Itagüí.
El pasado 28 de noviembre de 2016, había sido un día muy normal, recuerda que fue un poco más tranquilo que de costumbre, durante las horas de la mañana realizó su rutina deportiva, organizó su casa, pues vive solo desde que se trasladó para Itagüí, cumplió con su turno laboral que fue de 2:00 p.m. a 10:00 p.m. y regresó a su casa.
“Nunca me imaginé que un día tan tranquilo podía terminar como en ese punto tan crítico… salí a las 10 de la noche de mi turno, me dirigí hacia mi casa, me demoré entre 15 y 20 minutos en llegar, quería descansar porque al otro día tenía turno a las 6 de la mañana, me duché y cuando salí del baño vi que mi celular estaba alumbrando, tenía una llamada perdida y a esa hora es muy raro que me llamen”, reveló Esteban.
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En ese momento sabía que algo estaba pasando, devolvió la llamada pero nadie le respondió, entonces sintió que debía llamar a la estación de bomberos para indagar si eran ellos los que necesitaban algo o si alguno de sus familiares había solicitado el servicio de la ambulancia, pero cuando le contestaron, inmediatamente sintió que había mucho revuelo al fondo y que definitivamente algo había sucedido.
“Simplemente me dijeron: ‘¿Usted está aquí? Porque lo necesitamos aquí porque se cayó un avión”. Esteban sintió que lo invadía un frío muy fuerte, que le recorría desde la cabeza hasta los pies, se le aceleró el corazón y por un momento recordó que le había dicho al comandante, hacía un tiempo, que necesitaban una capacitación porque La Unión estaba en una zona aérea, pero eso se había quedado solo en palabras.
“Quedé paralizado por unos segundos, empecé a sudar frío y lo primero que hice fue abrir mi clóset, vi mis botas de rescate, mi uniforme y mi casco personal, sentí que algo me dijo: esta es la oportunidad”.
Lo más rápido que pudo se alistó, subió a su moto y se dio la bendición, le pidió a Dios que lo protegiera y se dirigió a La Unión. No sabe cuánto tiempo se demoró en llegar, lo cierto es que los minutos le parecieron horas.
“Es la primera vez que sentí que el camino se me hacía eterno, no encontraba la hora de llegar al lugar del impacto para ayudar, para socorrer, pero tal vez la adrenalina, los sentimientos encontrados, fueron los que me hicieron sentir el camino tan largo”.
La Bomba de Don Quijote fue donde se estableció el punto de concentración, ahí llegaron las ambulancias, los puntos de estabilización, las autoridades, pero era un lugar aún lejano de donde estaba el avión.
“Cuando yo llegué apenas estaban empezando a cerrar la vía, tengo el recuerdo que alguien me pidió mi identificación, siempre tengo mi carnet, se lo mostré y me permitieron entrar. Ingresé en la moto hasta cierta parte, esa vereda se llama Pantalio, de ahí en adelante empecé a caminar, pero del desespero uno no camina, sino que corre”.
El camino estaba empantanado, era difícil el acceso, alumbraba con la linterna de su celular, hacía mucho frío, había árboles caídos y en la medida que se acercaba al lugar donde estaba el avión escuchaba los gritos y la desesperación de quienes estaban ahí.
“Lo más impactante de todo fue cuando llegué como tal a la zona, empecé a notar árboles caídos, pedazos de la aeronave por un lado, maletas por otro, todo el campo estaba destruido. Nunca me esperé que cada persona que yo quisiera tomarle el pulso o hacer el intento por sentirle cualquier singo vital, ya no lo tuviera”.
Esteban recuerda conmocionado y con la voz entrecortada, que cada vez que se agachaba a tocar uno de los cuerpos con la ilusión de sentir una señal de vida, se encontraba con un cuerpo frío y sin pulso.
“Hay algo que me tiene muy impactado, en un momento me puse en posición para tomarle el pulso a una de las víctimas que había en el lugar, cuando me dio por tocar la parte del tórax, que es una parte muy dura, que no se mueve con facilidad, sentí como si se moviera una gelatina”.
A pesar del esfuerzo que hizo Esteban por ayudar, lamentablemente no logró encontrarse con ninguno de los sobrevivientes al accidente, cuando observó la hora en su celular, vio que eran las 4:00 a.m. por lo que debía regresar a su casa, pues dos horas más tarde debía empezar a trabajar.
“Con mucho dolor, con mucho sentimiento, me arrodillé, me di la bendición y le agradecí a Dios por haberme permitido estar y contribuir con mi conocimiento. Siempre he tenido claro que hay que actuar sin que nadie lo vea, pero hay que actuar en favor de la víctima”.
Esteban no le contó a nadie lo que había vivido esa noche, ni su familia ni sus superiores se enteraron que él, voluntariamente, había salido a apoyar las labores de rescate de las víctimas del accidente aéreo, un hecho que aún le duele a La Unión y al mundo entero.