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Así llevan salud a uno de los pueblos más violentos de Colombia

Isauro González espera en la entrada de una sala de cirugía una operación en sus ojos. Hace 14 años, en 2001, los paramilitares asesinaron a su hermano. “Lo mataron a mi ladito, me cayó en los pies, ahí no más” cuenta Isauro. Además de tener pterigion, que le impide ver bien, la mirada de Isauro está llena de las historias que tiene por contar la guerra en Colombia.

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Isauro vive en El Tambo, Cauca. Es un municipio situado a solo 35 minutos de Popayán, pero con una extensa historia de violencia. Isauro está allí, en el hospital, porque hasta allí se movilizó la Patrulla Aérea Civil (PAC). La PAC es una organización de pilotos y médicos que viajan por todo el país realizando labores de rescate y brigadas médicas y quirúrgicas. Por casi cincuenta años la PAC ha recorrido Colombia llevando salud a lugares donde, por su geografía complicada o por situaciones de orden público, la salud es más un lujo que un derecho.

Muy temprano, la mañana del viernes 24 de abril, más de cuarenta médicos abren sus ojos no en su casa sino en una “zona roja”, el Tambo Cauca. El baño es rápido, igual que el desayuno. Al salir del hotel El Panorama deja ver imponentes montañas, un clima envidiable y personal de las fuerzas armadas que vela por la seguridad de la brigada humanitaria en el pueblo. Sin la ayuda de la Dirección Antinarcóticos de la Policía Nacional, la brigada sería imposible.

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Hombres de Antinarcóticos de la Policía Nacional vigilan cada rincón del pueblo. Además, sin la ayuda de los pilotos de dicha entidad sería complicado hacer llegar las 2,5 toneladas de medicamentos que se requieren en un evento como este. Al llegar a la escuela de El Tambo, pasado el mediodía, la fila de personas que esperan atención médica es bastante densa. Cientos de personas han reclamado ya fichas para ser atendidos en optometría, consulta médica general, entre otras.

Dos cuadras más adelante, rodeando la iglesia del parque del pueblo, en el hospital, la escena es más impactante. Decenas de personas hacen fila esperando ser atendidas. “Esto está programado desde hace más de un año, ellos vinieron y nos revisaron y todas estas cirugías están programadas desde el año pasado, como la mía” dice Wilson León, un residente de El Tambo que se dedica a ser conductor. “Yo tengo Pterigion, creo que me dio por andar por ahí manejando. La gente dice que eso da por el sereno, por los cambios de clima, y como uno está por ahí en la calle es peor… Yo ya no veo casi nada, y para manejar es difícil. Menos mal me van a operar hoy, porque en Popayán eso vale un montón de plata” dice Wilson cuando se le pregunta porque sus ojos están en esa situación.

La sala de cirugías es realmente un corre-corre. Todos entran y salen. “¡Cuidado entra ahí! ¡No se puede entrar porque está esterilizado!” es el grito común entre médicos y enfermeros cuando el periodista intenta entrar a ver un poco más de cerca el funcionamiento de la sala.

En esta ocasión, cuenta el personal médico, las condiciones para realizar operaciones son óptimas. Según ellos les ha tocado operar hasta en mesas plásticas, cosa que va totalmente en contra de las óptimas condiciones de asepsia.

“Usted no ha visto nada, esto es un palacio. En el Chocó nos tocó operar en el barro literalmente” dice uno de los médicos mientras pasa corriendo, con los antebrazos en forma vertical, escurriendo un poco de agua por los codos, listo para entrar a operar. “Hoy vamos a hacer cirugía general. Vamos a sacar más que todo hernias, que es lo que más se ve por acá. Son procedimientos sencillos pero que molestan mucho a la gente en sitios como este” dice el cirujano Juan Marín.

Y es que de eso se trata. Es una carrera contra el tiempo. Más de cuarenta médicos especialistas intentan ganarle la vida al minutero para cumplir con el deber. En la sala de espera Wilson León e Isauro González se encuentran. Va uno después del otro. Esperan que venga una oftalmóloga corriendo a decirles “¿Ya están listos? Vamos a entrar a cirugía!” y luego cuando están adentro escuchan “Don Wilson, necesito que se quede quietico. Si usted me colabora no nos demoramos nada, y necesito que esta cirugía dure menos de 20 minutos. Mientras tanto le voy a poner este aparatico que le va a mantener el ojo abierto…” y el pobre paciente se llena de nervios, la cirugía empezó.

Las horas se van corriendo. Una muchacha entra con una caja llena de cajas de icopor que llevan comida adentro. “¿Qué es eso?”, pregunta enfermera jefe, “El almuerzo” responde la muchacha. “Ya es hora de comer?, como vuela el tiempo!” responde la enfermera. Entre todos se van rotando el tiempo de almorzar. Lo hacen corriendo. Uno a uno van saliendo los pacientes, unos en camilla y otros a pie. Con ojos vendados, cubiertos con sábanas, diciendo “no siento de la cintura para abajo” y los enfermeros respondiendo “es por la anestesia, hay que esperar a que pase el efecto”.

Mientras tanto el sol va pasando de un lado a otro de El tambo hasta que se esconde. Afuera de la escuela la fila es cada vez más corta y las caras de agotamiento del personal médico empiezan a aparecer. Son cerca de las siete de la noche del sábado 25 de abril, y muchos de los pacientes han sido evacuados. La labor está casi lista. Se hace el inventario del medicamento que sobró, y una a una comienzan a cerrarse las puertas de las salas de cirugía del hospital. 121 personas fueron operadas. 29 de problemas en los ojos, 27 cirugías generales, además de los 376 lentes que fueron donados y las cerca de 380 personas atendidas en medicina general.

Algunos pasarán la noche en el hospital, otros ya estarán recuperándose en casa, pero las preocupaciones de ahorrar y tener que ir hasta Popayán a recibir tratamiento médico se han acabado. Al domingo siguiente, muy temprano dos buses cargados de personal médico escoltados por “comandos jungla” de la Policía Nacional salen del pueblo. En aviones partirán a sus ciudades, Bogotá, Medellín, Manizales, Armenia, a seguir con sus rutinas, y en El Tambo muchos verán de forma diferente el nuevo día, esta vez sin cataratas o pterigion, o sin la molestia de una hernia.
 

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