Cuando se pasa por tiempos difíciles existen dos opciones, relucir la fuerza o relucir la debilidad.
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Y fue precisamente la primera la que hizo que los habitantes de Nueva Venecia o ‘el Morro’, como también se le conoce al pueblo palafito ubicado en el complejo lagunar más grande de Colombia: la Ciénaga Grande de Santa Marta, salieran adelante.
La cicatriz sana poco a poco, tras 18 años de aquel episodio violento que dejó cerca de 37 personas muertas por ser supuestamente colaboradores de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, ELN, además de la presión de las mafias del narcotráfico, que hasta hace unos años utilizaban este territorio para mover cargamentos de cocaína, ahora hablan de sueños, pues muchas veces parece que éstos son el refugio seguro ante el verdadero sinsentido que supone la rutina y la vida diaria.
Tras 4.900 kilómetros cuadrados entre humedales marinos y costeros se esconden cerca de 400 casas de madera pintadas de colores, rojo que demuestra pasión, amarillo resplandor, azul confianza, naranja alegría y otras cuantas de color blanco símbolo del paz, todas levantadas sobre troncos en las tranquilas aguas de la ciénaga.
En un viaje que incluye transporte por tierra y en lancha, se puede vivir un intercambio cultural con comunidades de pescadores, un espectáculo colorido verlos salir en sus canoas dispuestos a realizar la faena diaria con la cual llevan el sustento diario a sus hogares.
Tras sanar sus heridas y con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación PAR, de la mano de ACDI/VOCA, USAID y Fundación Creata, implementaron una plataforma móvil de memoria para promover el turismo desde Ciénaga hasta los pueblos de agua (como también son llamados), la iniciativa propicia espacios de diálogo, incluyen a la población infantil en ejercicios de reflexión y fortalecen a las organizaciones locales.
Así, en medio del espejo de agua de la Ciénaga Grande, con el vuelo pausado de las garzas y con el aleteo de los patos, se abre paso el mangle, considerado el guardián verde del equilibro, donde usted podrá sentir un contacto único con la naturaleza.
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El ecosistema del manglar es un hábitat biodiverso en el que existen especies endémicas y que recibe a diferentes tipos de aves provenientes de Norteamérica, las cuales según cuentan nativos en medio de un paseo en canoa, emigran en épocas de invierno hasta las cálidas lagunas de la ciénaga, lo cual la convierte en uno de los lugares de avistamiento de aves migratorias más llamativos del mundo.
En las coloridas casas de madera y las canoas que son parte vital del paisaje, locales exploran la oportunidad de recibir turistas que visitan el lugar para conocer la historia y la forma de vivir de estas poblaciones.
Cómo no enamorarse, cuando se llega allí, los niños se roban las miradas, van sobre canoas, no necesitan licencia de conducción ni hay autoridad de tránsito, nadie les enseña a tener equilibrio ni cómo tienen que remar, parquean, y al salir de la escuela se llevan a un grupo de amigos y los reparten en sus casas como si se tratara de un guión de película.
Y como en todo buen pueblo del Caribe nunca faltan los billares y una cantina para una tanda de cervezas que permita descansar de las faenas de pesca. Incluso un discoteca donde algunos escuchan música vallenata y otros bailan champeta.
Si de ver alegría en pleno se trata, pequeños y grandes en medio de los 32 grados centígrados, distraen su mente en un juego de fútbol, sí, fútbol, y no con botellas plásticas en el agua, sino en una cancha de cemento que el jugador Falcao García construyó.
Pobladores recuerdan que fue en el 2003 cuando se empezó a hablar de construir una cancha para los niños, el mismo Falcao fue el que planteó la idea. Con su aporte económico y con apoyo del Gobierno y el sector privado, se invirtieron un poco más de 655 millones de pesos, para hacer este sueño realidad.
Ellos se consideran a sí mismos «el pueblo del agua», resilentes pues se les caracteriza por ser capaces de convertir un obstáculo en una oportunidad, una «comunidad anfibia» que decidió dejar atrás la memoria de la violencia para abrazar el emprendimiento y salir a flote, de la mano del turismo.
REALISMO MÁGICO
Luego de vivir la experiencia de los pueblos Palafitos, un paseo en Ciénaga completa la aventura, aunque poco conocido este luegra cuenta uno de los conjuntos arquitectónicos de influencia republicana más representativos del esplendor bananero.
Según pobladores, el escrito colombiano Gabriel García Márquez se inspiró para crear el realismo mágico que plasmó en su más grande obra, “Cien años de soledad”, en las historias que desde siempre se han escuchado en cada calle del pueblo. Tan real es para ellos lo descrito en la obra literaria, que allí existe el Hotel Boutique La Casa de Remedios La Bella, una especie de homenaje al escritor que cuenta con los nombres de las siete habitaciones, que fueron sacados de personajes femeninos de sus creaciones y un mural para trasnportarse en las letras del libro, elaborado por un artista plástico mariposas amarillas acompañan a Remedios la Bella, envuelta en sábanas blancas mientras hace su ascenso al cielo.
En el recorrido guiado por pescadores y jóvenes que se convirtieron en guías turísticos, se respira historia, el monumento a la leyenda del caimán trae a la memoria la tradicional vida cienaguera, que relata la desaparición de la niña Tomasita, quien según se cuenta en medio de bailes de niños y jóvenes en el malecón, fue tragada por un caimán.
También hay espacio para las leyendas sobre el Cementerio San Miguel, la Casa del Diablo, el Templete, la iglesia San Juan Bautista y la Logia Masónica.