¿Cuántas veces has escuchado o dicho “el día debería de tener más de 24 horas”? Por supuesto hay días en los que necesitamos unos minutos más a nuestro favor, pedimos y rogamos que las manecillas del reloj se detengan mientras seguimos haciendo todo lo que tenemos que acabar; sin embargo, en todos mis años de vida aún no he encontrado las palabras mágicas que logren hacerlo. Es por esto, además de las exigencias de tiempo a lo largo de mi carrera, lo que me han llevado a identificar qué hacer para, si no detener, aprovechar en la totalidad el tiempo que tenemos. Si sabemos que este es un recurso no renovable y que cada segundo que pasa es «tiempo perdido», ¿cómo hacer que ese tiempo perdido sea tiempo invertido? Pues bien, la fórmula secreta se llama eficiencia. Existen muchas definiciones de este concepto por su continua confusión con otros términos como la eficacia; sin embargo, mi interpretación de la eficiencia es: el nivel en que se cumplen los objetivos de alguna meta establecida al menor costo posible. Y no hablo de costo económico únicamente, sino de tiempo y desgaste físico y emocional.
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