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‘Río muerto’: la voz de un padre de familia a quien la violencia no pudo callar

*Entrevista. Hablamos con el escritor acerca de este relato, que podría ser también el de muchas víctimas en Colombia.

Ricardo Silva le prestó su pluma a una persona que le contó la historia que ocurrió en su pueblo: Salomón, como tantos en el país, se enfrentó a una muerte prematura a pesar de no tener problemas con nadie. Es la historia, también, de un pueblo donde todos son sospechosos y hasta los más jóvenes saben que cualquier desconfianza puede pagarse con la muerte. Una historia que ocurrió en 1992, pero que continúa abriendo heridas ante la impotencia de saberse repetida en otras vidas.

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De esto habla Río muerto, el libro que lanzó este año el escritor bogotano.

La historia de Salomón y su familia es la de incontables familias colombianas, ¿en algún momento sintió que estaba contando la historia de casi todo un país?

Sí, pensé que esa era una razón importante para contar esa historia: porque recrea cómo funcionan nuestras familias y qué han tenido que soportar en estos años. Eran intuiciones, claro, en medio de mi impulso inicial: el de cumplirle la promesa a una familia de víctimas con una historia que además me tocaba directamente. Pero también me di cuenta de que estaba mostrando cómo funciona la violencia colombiana en contra de todos nosotros.

Dentro de la historia vemos una y otra vez que, en medio de todo lo malo que pasa en Belén del Chamí, una súplica constante es la de poner el pueblo en el mapa de Colombia, ¿podemos decir que la falta de representación también es una forma de violencia en este caso?

Sin duda: nuestra violencia comienza en el ninguneo y termina en la aniquilación. El Estado ha dejado para después a la mitad del país, ha permitido que la violencia regule regiones enteras, ha pecado, en suma, de palabra, obra y omisión. Pero la palabra que usted usa me parece la correcta: no hay representación porque no se puede representar lo que se quiere desconocer, negar y esperar a que se acabe.

«Nuestra violencia comienza en el ninguneo y termina en la aniquilación»

La persona que le contó esta historia votó ‘No’ al plebiscito, ¿luego de escuchar su relato diría que comprende su decisión?

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Entiendo que el voto por el NO tiene muchos más matices de los que pudimos ver en un principio los que votamos SI. Esperaría que en estos cuatro años los que votaron NO también hayan logrado matizar los votos por el SÍ, dejar de estereotiparlos, de reducirlos. No comprendo del todo su decisión, no, porque sigo creyendo que la solución a la guerra es reconocerla, encararla, conjurarla a punta de palabras. Pero sí me parece claro, gracias a Río Muerto, que nuestra guerra está llena de ángulos, de caras, de razones.

Contar la historia de una víctima es una responsabilidad bastante grande, y usted le prometió escribirla a quien se la contó, ¿qué reacción obtuvo de esta persona cuando leyó el relato?

Fue leyéndolo. Fue revisándolo. O sea que el resultado no le sorprendió sino apenas en el sentido de que el momento más duro de su vida, que ha estado superando desde entonces, se convirtió no sólo en un testimonio y un documento de esta violencia, sino sobre todo se volvió una novela: una puesta en escena que da tres dimensiones -cuatro en este caso- a semejante tragedia familiar. Yo siento que cumplí mi promesa tal como se me pidió.

¿Cree que este libro también puede funcionar como una especie de denuncia tardía?

Sí lo creo: es la denuncia de un Estado que no puede ni quiere llegar allá, un Estado al que le queda grande un país y se encoge de hombros. Me gusta de la pregunta la idea de una «especie de denuncia tardía» porque se está contando un drama de 1992 pero este sigue siendo un país bisiesto y sigue matándose a los padres en la puerta de sus casas gracias a tantos cómplices enquistados en los puestos de poder.

Sabemos que dejó de escribir la novela que tenía pendiente cuando la historia de Río muerto llegó a usted​. Cuéntenos de ese siguiente libro.

Es un borrador que tengo terminado, pero no sé, aún, si sea el siguiente libro: se trata de una novela de ciclismo -la reconstrucción de una etapa- que de paso cuenta el drama de varios personajes que se sienten echados de sus mundos por viejos cuando están lejos de serlo, y sobre todo de una investigación sobre la naturaleza masculina, de su violencia y su fracaso, que me gusta porque deja atrás el lugar común de que es lo femenino lo que es un enigma.

 

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