‘Loco’, Carlitos y ‘Lechero’ son hinchas del Club Atlético Bucaramanga. Hinchas de corazón, de los que siguen al pie de la letra las canciones de la barra y siguen al equipo «a donde sea», incluso cuando su pasión se ve empañada por ver a su equipo en segunda división, en donde estuvo por siete años (2009-2015). Para estos hinchas no hay excusa grande ni chica. La ausencia de dinero no es un problema. Duermen donde sea, y se suben a las tractomulas para que los arrastren lo que más puedan en carretera. Ellos y los demás jóvenes de la barra La Fortaleza, que da nombre a este documental, atrajeron la atención de Andrés Torres, cineasta bumangués, quien los conoce de cerca y quiso retratar su recorrido de modo que el espectador sienta la adrenalina, la incertidumbre, pero en especial el trasfondo del terco romance de estos hinchas de la ‘auriverde’.
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¿De dónde nace la necesidad de contar la historia de La Fortaleza?
Teníamos 23 años más o menos cuando hicimos la película, estábamos recién egresados de la universidad y la situación del audiovisual en Santander es muy complicada porque los productores siempre traen equipos de las capitales y no trabajan con talento local. Como respuesta a eso, nosotros nos reunimos y armamos nuestro equipo. Queríamos hacer una película de ficción que en su momento se llamó Laura y el Rencor, basada en una amiga de mi adolescencia que falleció en carretera. Escribí el guión, pero pronto me di cuenta que sería imposible hacerla realidad con los recursos que teníamos. Entonces me reuní con mi amigo y colega Carlos Galván, un director de fotografía muy importante de la región, y decidimos que lo mejor era comenzar con una investigación documental. Nosotros conocíamos gente en la barra y queríamos retratar la problemática de los y las adolescentes que viajan por carretera en tractomula. Ahí surge La fortaleza.
¿Por qué se eligió un acercamiento en el que se rompe la cuarta pared pero no se dialoga directamente con los hinchas que protagonizan la historia?
Desde el principio sabía que la entrevista, recurso vital del documental, no iba a funcionar con una comunidad como la barra. Desde el principio sentí que la pose que montaban ante una entrevista era inquebrantable y que las entrevistas solo servirán como investigación y para ayudar a que perdieran el temor frente a la cámara… A diferencia de otras comunidades o poblaciones las hinchadas siempre han tenido voz. El documental barra brava es casi un género consolidado en el que los fanáticos del fútbol siempre hablan, siempre convencen y siempre cuentan su historia. La mayoría de documentales van de clubes, orígenes y batallitas. Esta voz que se le ha dado a los hinchas siempre ha estado mediada por la pose de la cultura urbana. El hincha, en su arquetipo, siempre ha sido de hombres que buscan mostrarse fuertes, violentos, siempre en lo cierto. Cada que entrevistaba a un hincha, este tendía a asumir una pose de convencimiento y hombría que encontraba no solo falsa, sino imposible de traspasar. Por eso la decisión fue la del acompañamiento. Tampoco queríamos recurrir a la mosca en la pared que observa desde la comodidad. Queríamos construir la experiencia del ser y permitir que los personajes se desenvolvieran a partir de sus acciones. Esta es una forma de filmar en la que el personaje es quien dirige la película. Es lo que hacen y lo que dicen lo que nos enseña de su experiencia. Evitamos asumir una pose estilística nosotros, pues vimos que eran ellos los que trataban de hacerse los fuertes, los importantes, los que trataban a toda costa de mostrar que eran bravos y que lo que hacían tenía sentido, pero poco a poco este sentido se fue desvaneciendo dejándonos ver los y las muchachas tras los hinchas, todas sus contradicciones, especialmente esa condición de hombre con corazón de piedra y niño herido. La forma en que tratan de posar se desvaneció lentamente cuando nos permitimos estar junto a ellos sin juzgarlos y sin mayor pretensión que la de ser junto a ellos. Por eso ese rompimiento de la cuarta pared, a diferencia de la ficción, se convierte en una reafirmación en la que quien observa se encuentra con uno de ellos y por eso le hablan, le dicen y le tienden la mano.
La cifra: 84 minutos dura este documental producido por Índigo Cine y Señal Colombia
¿Cómo fueron las charlas previas con los hinchas que aparecen en el documental? ¿Tuvieron alguna petición en particular sobre la manera en que querían ser representados?
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La Fortaleza como organización quería hacer un documental histórico al modo de los argentinos. Pero estos eran los líderes, quienes en el esfuerzo de años luchando por un equipo querían contar sus batallas e historias. Para ello les hicimos un documental institucional sobre cultura barrista. Aun así, esta forma no nos permitía acercarnos a los parches más jóvenes y complicados, los muchachos de [la barra] La Mulera, a quienes queríamos documentar, en un principio, para la trama de ficción, y más adelante como investigación del fenómeno y problemática juvenil que representa el ‘muleo’.
Ellos querían representarse de muchas maneras, todas ideales y posudas. Querían posar de malos, de legendarios, de inquebrantables, de sobrevivientes, etc. Lo cual es cierto, pero caían en la pose. Cuando escogimos acercarnos con ellos a partir de la experiencia, lo primero que les preocupó fue sentirse expuestos, para lo cual tuvimos que conversar abierta y profundamente sobre el tema de la “representación”, un concepto muy claro para los realizadores y los críticos, pero poco entendido por las mismas comunidades. La agencia en los procesos audiovisuales paradójicamente la da el realizador, al igual que la representación que construye.
¿En algún momento pensó en llevar la historia por el lado de la ficción, o siempre supo que sería un documental?
En un principio la idea era hacer un largometraje de ficción sobre una amiga barrista de mi adolescencia que se llamaba Laura y falleció en carretera viajando en las tractomulas. Esa película todavía se esta cocinando. En esa época (2013-2014) Teníamos 22-23 años y rápidamente concluimos que era imposible hacerlo con los recursos que contábamos. Éramos muy jóvenes y en una ciudad como Bucaramanga los recursos para todo son limitados porque están monopolizados. Tampoco conseguimos trabajo en la industria local, e irse a Bogotá era repetir el ciclo de explotación y desencanto que veíamos que sufrían nuestros compañeros. Entonces decidimos emprender la realización de un documental para comenzar a entender el mundo que queríamos retratar.
“Me habitan las calles de este país para usted desconocido, este país donde caminar es emprender un largo viaje por la llaga. Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo. Es este país una confusión de calles y de heridas” – Extracto del poema Una carta rumbo a Gales de Juan Manuel Roca, epígrafe del documental.
Además de buscar que la hinchada se sienta representada, ¿hay alguna intención de que el público objetivo también sean los directivos que desconocen todo lo que hace la hinchada por su equipo?
El objetivo es que la película sea una ventana a la experiencia de ser un muchacho como los de la película. Sentarse con ellos, ver lo que hacen cada día. Cuando la gente va en la calle y ve a un muchacho como los de la película, se le hace fácil llamarlo ‘ñero’, discriminarlo, echarle la Policía. A la Policía se le hace fácil meterlo a la cárcel cuando se fuma un porro, roba a alguien o ejerce el microtráfico. La misma Policía que se deja comprar a sabiendas de dónde quedan las grandes ollas de los barrios, trabajando para los empresarios y políticos que roban, etc. Somos un sociedad muy hipócrita, enseñada a quedarnos en nuestro sitio y perpetuar el ciclo. En el momento en que uno comienza a ver que ese muchacho, al igual que yo, de pronto, que soy un muchacho con más privilegios, tampoco pudo tener acceso a la educación que quería, yo a Los Andes y él al colegio, cuando uno se da cuenta que el machismo arraigado le dio un padre que lo golpeaba a él y a su madre antes que darle cariño. Osea cuando uno ve en las noticias, en la calle, en el periódico, en otros espacios, es más fácil juzgar, relegar, mirar para el otro lado etc… cuando uno puede sentarse y ver con calma y de cerca, reconociéndose uno mismo en otro, en alguien que uno nunca pensó que pudiera tener tanto en común con uno, ahí surge la empatía y el entendimiento y una forma de catarsis que permite sanar y permite reconocerse en el otro, así se construye sociedad y esas son las cosas que solo el arte puede ser. Sobre todo el cine que le permite a uno vivir el tiempo y el espacio del otro y empatizar.
¿Cómo hacer universal una historia sobre un tema tan local como las vivencias de una hinchada en segunda división?
No sé si nuestra película sea universal, pero para muchos jóvenes en Colombia y en Latinoamérica cuando la ven se sienten identificados… No sé si eso sea universalidad, pero definitivamente es resonancia, es la capacidad que tiene esta película de conectarlo a uno con alguien que la sociedad ha determinado como un “indeseable”. Algunos dicen que es una película de un marginal, lo cual es bastante fácil de decir… Pero en la película los muchachos no son marginales, al contrario es la sociedad la que parece estar al margen.
Al final del día, la pasión futbolera puede ser un sueño roto para muchos jóvenes. Después de esta experiencia, ¿por qué cree que todavía muchos se unen a las barras bravas?
Uno ama el deporte y ama su ciudad porque lo representan, pero resulta que el deporte, la ciudad y todo eso no le pertenece a uno, le pertenece a unos empresarios corruptos que se apoderan de la identidad de una ciudad y que incluso usan su nombre para generar un lavado para sus negocios ilegales. Esto representa perfectamente lo que pasa con el Estado colombiano desde la Presidencia hasta el concejo, Senado, alcaldías, gobernaciones etc. Es innegable. Así mismo sucede con los equipos de fútbol y con las empresas públicas y privadas.
Porque el verdadero sueño roto es el de vivir en un país como Colombia, el país más corrupto del mundo en la actualidad, donde no existe una infraestructura para la juventud ni para nadie. Si uno analiza, seguir fervientemente al equipo de fútbol debería ser algo positivo: es querer hacer parte de algo que lo represente a uno y lo haga sentir campeón, es admirar algo saludable como el deporte, soñar con que una ciudad sea la mejor, es sentirse orgulloso de donde uno nació y se crió. Pero todo esto se trastoca cuando no hay nada más en qué creer.
‘La fortaleza’: el viacrucis voluntario de los hinchas de fútbol
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