Woodstock, conocido en el mundo entero como un festival de música único por su magnitud y el espíritu de unidad y paz ha sido irrepetible. En su aniversario número 50 Nueva York recuerda Woodstock.
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El 50 aniversario, que prometía ser un espectáculo inolvidable, ha quedado reducido a un puñado de eventos de escasa envergadura.
Lejos queda la colosal fiesta, de unas 150.000 personas, que tenía planificada uno de los cofundadores del Woodstock original, Michael Lang, en la que iban a participar estrellas de la música de la talla de Jay-Z, The Killers, Santana, John Fogerty y Dead & Company.
En su ausencia, la ciudad de Nueva York marca el Woodstock 50 con una discreta exhibición de instantáneas de 1969: una treintena de fotos expuestas en una pequeña sala de la «Morrison Hotel Gallery», situada en el segundo piso de un anodino edificio del sur de Manhattan.
En Bethel, la localidad rural donde tuvo lugar el histórico encuentro, un festival paralelo ha quedado reducido a una serie de tres conciertos en un recinto con una capacidad máxima de 15.000 personas.
Los expertos en música señalan que la industria ya sabía «desde hacía meses» que Woodstock 50 no se iba a materializar, dadas las dificultades con las que estaban tropezando los organizadores.
«En el momento en el que se canceló oficialmente, la mayoría de la gente del mundo de la música ya había dado por supuesto que Woodstock 50 no iba a suceder», explica el historiador de música estadounidense Andy Zax.
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Las primeras señales fueron los retrasos en la venta de billetes, programadas para abril, para después sufrir una retirada de inversores y varios cambios en el lugar del evento, que desembocaron en que varios de los cabezas de cartel anunciaran que no acudirían al festival, tras trasladarse este a más de 500 kilómetros del recinto inicial.
En su aniversario número 50 Nueva York recuerda Woodstock
Zax subraya, sin embargo, que las dificultades de organizar este tipo de eventos es «enorme», como ya dejó patente el Woodstock de 1969, que en parte pasó a la historia por el caos que se desató cuando unas 400.000 personas acudieron a los conciertos que tuvieron lugar en la granja lechera de 240 hectáreas de Max Yasgur.
Esta, y otras circunstancias -como la unión y la armonía con la que el público hizo frente al enorme desorden y falta de recursos-, convierten a Woodstock en un fenómeno imposible de duplicar. «Es como pedir que caigan dos rayos en exactamente el mismo punto. Es imposible que se repita», remata Zax.
«Ni tan siquiera imitar», apunta el experto, que señala que un Woodstock en 2019 «tendría muy poco parecido» al original, a la vez que «probablemente no habría podido aportar nada a su legado».
El plan ideal para honrar el medio siglo desde Woodstock, opina, es «invitar a los amigos a casa, llevar sacos de dormir y algo de comer, y pasarse todo el fin de semana escuchando el festival original».
«Cada persona que fue a Woodstock -agrega- suele tener su versión de lo que significó. Por eso es posible que un concierto gigante durante 3 días como planificaba Michael Lang no fuera la mejor manera de celebrar, sino simplemente sentarse a escuchar a Jimmy Hendrix, The Who o Sly & The Family Stone».
EFE