En 2016, Tomás Pinzón Lucena, un joven cineasta bogotano se internó durante cinco meses con su equipo de producción en uno de los campamentos de las FARC.
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Su inmersión ocurrió en un momento crítico; días antes del cese al fuego hasta días después del plebiscito. El resultado fue La paz, un documental de observación que fue elegido para la muestra oficial de la edición número 59 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, FICCI.
Tomás Pinzón ya había filmado un cortometraje con su celular en las calles de Sarajevo (Boznia-Herzegovina), con el cual capturó las huellas que dejó la guerra en ese país y fue finalista en el festival Smart Films. La paz se exhibirá en el FICCI el 7, 8 y 10 de marzo (en los teatros de Cine Colombia de Cartagena los dos primeros días y en el teatro Adolfo Mejía el último día).
Esto es lo que Pinzón le contó a este diario respecto a su documental.
Una pregunta obligada es, ¿cómo logró este acercamiento con la guerrilla?
La idea del documental surgió después de una conferencia sobre Justicia Transicional dictada por el exsenador Álvaro Leyva Durán. A través de él y la directora del portal digital Las 2 Orillas, María Elvira Bonilla, logré enviar una propuesta al Secretariado de las FARC que en ese momento negociaba en Cuba. De ahí para adelante fueron meses de conversaciones y vaivenes hasta que nos dieron el acceso.
¿Cómo lo recibieron estas personas y cuál cree que era su intención al dejarse conocer en cámara?
Me acordaré toda la vida de llegar con el equipo del documental a una casa de campesinos cultivadores de café en alguna montaña remota del Cauca y conocer a Walter Mendoza, el subcomandante del bloque Comandante Alfonso Cano. Un hombre de gran sonrisa con bigote gris y espeso que portaba una camisa del Nacional con botas de caucho. Para nuestra sorpresa él había preparado en el campamento caletas para nosotros, lo cual se ajustaba a la idea del documental que siempre fue sumergirse en la cotidianidad de las tropas guerrilleras durante la transición de la guerra a la paz. Los guerrilleros nos recibieron bien pero el proceso para acercarnos a ellos y poder descubrirnos fue más largo, ya que por razones obvias existían reparos por parte y parte.
Los guerrilleros contrariamente a lo que la gente pueda pensar, ya conocían las cámaras desde hace muchos años. Ellos mismos ya tenían gente ocupándose de la comunicación tanto audiovisual como de sus medios y redes sociales, además de manera muy profesional. Yo creo que para ellos la propuesta que nosotros enviamos a La Habana, que consistía en hacer una observación histórica y cotidiana, los convenció lo suficiente para que se abrieran a nosotros y nos contaran sus miedos y esperanzas. Sería de mi parte inocente decir que ellos no planearon ciertas cosas para que se vieran de tal manera, pero el trabajo documental consistió en gran parte en dilucidar qué es auténtico y qué es puesto en escena.
Al conocerlos de cerca, ¿qué fue lo que más le sorprendió?
Me sorprendió que, a pesar de la guerra y las condiciones en la selva, esta sociedad escondida también se comportaba como todas las sociedades. Cabe resaltar que en ese momento las cosas se habían ya apaciguado, pero el amor entre parejas, la amistad, el juego y el buen humor también existen en la guerrilla. Además de esto, tienen sus jergas y sus costumbres que mutan en relación con la supremacía aérea y los ataques militares. Me sorprendió también su tenacidad y disciplina. Un campamento de guerrilleros funciona como un reloj.
¿Cuál fue el mayor reto para usted como cineasta durante este rodaje?
El mayor reto de un documentalista con un acceso así de intimo a ese momento histórico, es el de conservar su visión con objetividad. Para esto, desde antes armé un equipo en el cual los tres teníamos puntos de vista diferentes sobre el conflicto colombiano. El camarógrafo era francés y no cargaba con los prejuicios que el sonidista o yo podíamos tener. Cada vez que sentía que estábamos siguiendo una pista narrativa que carecía de autenticidad o que me estaban echando cuento, me reunía con mi equipo a pensar y confrontar ideas para así no desviarnos de nuestro principal objetivo, que siempre fue el de no juzgar sino observar. Por otro lado, el desafío de poder entablar conversaciones auténticas con ellos, evadiendo todo tipo de propaganda política y centrándose más en el humano, fue un gran reto. Esto se logró abriendo el corazón en una exploración recíproca en la cual nuestros puntos en común nos hicieron, tanto a ellos como a nosotros, bajar finalmente la guardia. El otro gran reto fue mantener a mi equipo funcionando, ya que las condiciones en la selva pueden ser muy duras psicológicamente para alguien que no está acostumbrado. La selva puede ser a la vez paraíso y otras veces prisión.
La cifra: 80 minutos dura La paz, el documental de Tomás Pinzón
La paz parece algo lejano para quienes están en las armas, ¿qué concepto tenían ellos de lo que sería el desarme?
De los guerrilleros que yo conocí, puedo decir que muchos tenían esperanzas y ganas de parar la guerra, de devolverse a ver a sus familias; otros tenían miedo y desconfiaban del gobierno. Para algunos su familia era la guerrilla y lo único que conocían era la guerrilla, así que existía cierta resistencia y miedo a dejar las armas.
¿Qué quiere que las personas entiendan de la guerrilla a través de su documental?
Espero que las personas que vean el documental se den cuenta que en ese momento los guerrilleros, además de voluntad de paz, tenían sueños, esperanzas y miedos. Me parece que al entender la vida cotidiana y conectar a la gente con los guerrilleros, desde un punto de vista humano más no político, se pueden desarmar algunas conciencias que todavía anhelan guerra. Si la gente entendiera que la guerra no es como la han pintado, entonces nos acercaríamos a confrontar nuestras versiones y visiones del conflicto para llegar a la conclusión lógica e inevitable de que lo mejor siempre será la paz.
Para mí la guerra no tiene lados, solo tiene muertos
¿En qué aspectos cree que resalta su visión como director en este documental?
La mayor cualidad del documental es que es una observación de las tropas guerrilleras. No existen entrevistas frontales ni puestas en escena. Existen diálogos estimulados y momentos de la vida cotidiana de los guerrilleros durante la transición a la paz, que esclarecen algunos aspectos del conflicto colombiano de manera más implícita que explicita.
Han pasado ya tres años desde la filmación, ¿qué reflexiones pudo hacer después de ver terminado el documental dada la coyuntura actual, por ejemplo, con el ELN?
Creo que el documental es un archivo histórico que muestra lo valiosos que son los momentos de paz, y que esta no es solo una cuestión física sino espiritual. Creo en la paz fervientemente, así que esperaría que las negociaciones siguieran su curso, a pesar de entender el dolor que pueden ocasionar las pérdidas. Para mí la guerra no tiene lados, solo tiene muertos.