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Humberto Dorado, el hombre que describió ‘El placer de vivir’ de Fanny Mikey

Este actor, escritor y amigo de Fanny se dio a la tarea de ayudarle a unir todas sus memorias en el libro ‘Fanny Mikey: por el placer de vivir’. Con motivo de los 10 años de su muerte, PUBLIMETRO habló con Dorado para recordar a la artista.

 

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¿Dónde se conoce usted con Fanny?

Nosotros nos conocimos peleando en un foro, porque antes los foros del teatro servían para aclarar posiciones, eran tremendos. En un momento dado, ella ya estaba actuando en el TPB, yo no sabía de sus trabajos antes. Había conocido algo de ella porque el teatro era una comunidad pequeña y ‘pelietas’. La vi en el festival de Manizales, ellos presentaban una obra de Luis Alberto García y discutíamos sobre esa obra y fue un agarrón tremendo. No llegamos nunca a un acuerdo, tal vez muchos años después (risas).

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¿Cuál fue la primera impresión que le generó?

Ese fue solo el contacto visual (risas), estaba vestida de cuero blanco, creo. Y era muy vistosa porque era pelirroja y además estaba de blanco en la Jiménez, era una cosa poco inusual. Me había llamado la atención y después la incluí en el libro de cómo se armó el TPB. Otro escándalo del cual yo supe fue cuando decidió quedarse en Colombia; se metió con una amiga a la fuente que había en el Parque Santander como una especie de bautismo urbano.

¿Cómo describiría a Fanny?

Fanny era una persona muy particular, era una gestora brillante. Era entusiasta, sensible, era un huracán. Era como un terremoto. Te pondré un ejemplo, cuando hicimos una función en Medellín, de Escenas para aprender a amar, que tiene episodios que ponen a prueba los sentimientos de los actores, luego salimos de ahí a un bailadero de tango y ahí estuvimos hasta que amaneció. Ni hablar de las noches de Cali. Ella tenía una vitalidad muy intensa. Yo la describiría como una actriz que interpreta y construye, a la vez.

¿Cómo era Fanny como amiga?

Muy sorprendente, porque tenía muestras de afecto siempre sorpresivas y enormes. Todos los días compartimos. De tanto oírla, ella decidió que nuestras conversaciones de camerino, algunas banales, quedaran en el libro. Siempre antes de una función terminábamos hablando del sentido de la vida, todo lo que traíamos ese día se convertía siempre en instrumentos de interpretación. Teníamos un vínculo muy fuerte. Cuando no estábamos trabajando ella estaba haciendo proyectos, las rumbas eran muy productivas. Se le ocurrían cosas extraordinarias.

De todas las anécdotas que Fanny comparte en el libro, ¿cuál recuerda usted en particular por la emotividad que le generó a ella?

Hay muchas cosas. Ella me abrió su corazón y su vida privada, hay muchas historias de dolor, como tenemos todos. Quizás, las historias de su relación con Colombia, que fue una relación muy vital desde el comienzo porque aquí se estaba empezando la televisión y había una necesidad de reforzar los elencos y los conocimientos de las artes de la representación. La etapa en Bogotá de cuando llega con Pedro I. Martínez a la primera decepción fue muy dura, muy triste. Pasó de Buenos Aires a Bogotá y encontró una vida miserable y no precisamente económicamente. Sufrió mucho. Fue una época de entusiasta labor pero de incertidumbre frente al destino.

Y también, de todas las anécdotas del libro, ¿cuál cree que le trajo más felicidad a ella?

Creo que, tener a Daniel fue una felicidad para ella y fue como un dique de contención porque sus sentimientos maternales detuvieron ‘el huracán’ que era su vida. Ese día fue muy bonito. Descubrir en su hijo ese sentimiento maternal que ella repartía entre sus amigos fue muy lindo.

¿Cuál es el legado de Fanny según un amigo como usted, que la conoció de cerca?

Su legado fue pensar en grande. Hacer del teatro una actividad seria y respetable que, todavía ha sido reconocida. Fanny sí tenía en la cabeza un gran teatro donde se le diera un espacio al talento es un legado invaluable, por lo menos como ejemplo, no lo hemos podido superar.

¿Cuál era la frase que más decía?

(Risas) frente a una copa de vino, brindaba ‘Por el placer de vivir’, de ahí el título del libro, era una cosa recurrente.

 

 

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