Gabriel García Márquez puso a Colombia delante de un espejo y su reflejo quedó plasmado en «Cien años de soledad», de cuya publicación se cumple el lunes próximo 50 años, una novela que establece un vínculo entre la ficción y la realidad del país.
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«‘Cien años de soledad’ es la epopeya de un pueblo, pero también de una región, de un país, de un continente y del mundo, por eso es que lo leen en todas partes y a todo el mundo le apasiona», afirmó en una entrevista con Efe el escritor Conrado Zuluaga, uno de los mayores conocedores de la obra de García Márquez.
En la novela, que cumple cincuenta años de su publicación por la Editorial Sudamericana de Buenos Aires, confluyen rasgos de la identidad, la historia o la idiosincrasia colombiana tratados con el encanto del realismo mágico.
Tan es así que el Nobel de Literatura de 1982, en una ocasión en que le preguntaron su punto de vista sobre un tema de interés nacional, dijo con su habitual desparpajo: «no me jodan más, lean ‘Cien años de soledad’ que ahí hay 350 páginas de opiniones sobre Colombia».
Por eso el lector no puede sustraerse de la sensación de que está ante episodios de la vida nacional y para un extranjero, como la editora alemana Michi Strausfeld, especialista en «Cien años de soledad», es «un cosmos inagotable» en el que «cuando uno lo lee, se ve que está contenida toda la historia de Colombia».
Desde el legendario nombre de Macondo, hasta la sierra, los indios, las elecciones robadas, las guerras civiles entre liberales y conservadores, las peleas de gallos o personajes como el propio coronel Aureliano Buendía o el vallenato Francisco el Hombre, están en la memoria o el imaginario de los colombianos de todas las generaciones.
«No es una historia oficial, por fortuna, ni tiene las pretensiones históricas en ese sentido, pero hay muchos rasgos que son nuestros», afirma Zuluaga.
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Cita como ejemplo el episodio en el que el coronel dice: «La única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho».
Zuluaga agrega que eso es absolutamente cierto, pues los primeros «van a la misa de cinco para que nadie los vea», y los segundos «a la de ocho para que todo el mundo los vea».
La corrupción que cada tanto asombra a una Colombia ya acostumbrada a escándalos de ese tipo es otro fenómeno que Zuluaga identifica en «Cien años de soledad».
«Cuando la traición de los abogados vestidos de negro a toda la revolución, que cambian todo, y cuando el Partido Liberal cambia todo por una representación diplomática y los puestos en el Congreso, eso se repite todos los días», afirma.
En la confluencia de ficción y realidad de la novela, quizás el episodio más trascendental es el de masacre de las bananeras, ocurrida entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928, cuando García Márquez no había cumplido aún dos años de edad, en Ciénaga, pueblo vecino de su natal Aracataca.
«La masacre de las bananeras es, si no el pasaje más logrado, uno de ellos en una novela llena de pasajes extraordinarios», dijo a Efe el escritor Juan Gabriel Vásquez, Premio Alfaguara de Novela de 2011, al referirse a la matanza por el Ejército de trabajadores en huelga de la United Fruit Company, llamada «la compañía bananera» en «Cien años de soledad».
Para Vásquez, en la novela este episodio «establece una relación que nos llena la cabeza de preguntas sobre el vínculo de ficción y realidad, lo que se puede y no se puede, la capacidad que tiene la ficción de llenar los resquicios que deja la historia (…) de un país cuando la historia oficial ha dicho mentiras».
Eso, agrega, porque García Márquez hace que José Arcadio Segundo despierte después de la masacre encima de un vagón con 3.000 muertos para ser arrojados al mar, cuando la historia oficia habla de solo ocho víctimas.
«Esos muertos es una fabulación, una ficción porque nunca se supo cuántos muertos fueron pero desde luego se sabe que no fueron 3.000», afirma Vásquez, quien califica esa cifra como «profundamente simbólica» que «habla de la capacidad que tiene la ficción para levantar la mano y decirle a la historia oficial: ‘usted no está diciendo la verdad'».
Vásquez concluye: «Hoy muchos libros de historia colombianos traen la cifra de 3.000 muertos porque la sacaron de ‘Cien años de soledad’, es una metáfora del poder de la ficción para llenar vacíos cuando la historia trata de mentirnos».