Un día, Bley Naranjo decidió que quería hacer algo más por el barrio en donde nació y se crio. Quería que los conocimientos que adquirió con esfuerzo en el curso de director técnico de la Asociación de Técnicos del Fútbol Argentino (ATFA) se pusieran al servicio de la comunidad de Robledo Santa Margarita, un barrio popular de la comuna noroccidental de Medellín. Ahí, en medio de la pobreza de la zona, Bley imprimió unos volantes, los repartió en la iglesia, la escuela, casa por casa y un domingo de 2014 se paró en la cancha de arenilla del sector a esperar. Le llegaron ocho niños, a la semana tenía 17 y accedió al reconocimiento deportivo del Instituto de Deportes y Recreación de Medellín (Inder). Así nació el club deportivo Arsenal, que, a punta de esfuerzo, amor, pasión y voluntad, trata de hacer un aporte positivo a la sociedad desde el fútbol aficionado. Un deporte que sobrevive a punta de milagros, mientras que la Federación Colombiana de Fútbol, en cabeza de su presidente, Ramón Jesurún, sin pudor justifica como gastos de inversión, para promoción del fútbol, 16.000 millones de pesos, que se usaron para pagar una multa de la Superintendencia de Industria y Comercio por la reventa de boletas durante las eliminatorias hacia el Mundial de Rusia 2018.
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El Arsenal de Bley, el de Robledo Santa Margarita, nunca ha sido campeón. Su palmarés muestra… ¡seis subcampeonatos! Eso en lo deportivo, porque al conocer la historia de este equipo de barrio, que estoy seguro es una historia muy parecida a la del 90 % de los equipos que con esfuerzo surgen en las barriadas de cualquier pueblo o ciudad de este país, se da uno cuenta de que los trofeos son una meta más y los profes, como Bley, lideran un proceso de auténticos campeones de la lucha ante el abandono, la burocracia y la desidia estatal. Y, adicional a esto, del espejo nauseabundo que se desprende de quienes manejan el fútbol en este país como la Dimayor, la Federación y el señor González Alzate, que tiene su solio de poder en la rama del fútbol aficionado.
La cancha de Robledo Santa Margarita no tenía luz, no tenía cerramiento ni puerta, las mallas eran más hueco que malla, el piso de arenilla se inundaba con facilidad; en sí, había que trabajar en equipo para poder tener un sitio medianamente apto para el entrenamiento de los niños. Con el empuje de Bley tocaron las puertas del municipio, hubo receptividad momentánea y se lograron cosas. Los padres crearon brigadas de trabajo en las que había gente que sabía de construcción, otros cocinaban, cada quien aportaba su grano de arena y así mejoraron la cancha e incluso construyeron una pequeña tribuna.
Cada día es un reto, una lucha: que hay que conseguir los uniformes gratis, que la pintura, que los balones, que el transporte, que hacer el esfuerzo para un refrigerio, que el aporte mensual, que es de 30.000 pesos, muchas veces el 50 % de las familias de los niños no lo puede cubrir porque no hay con qué; que hay gente indolente que usa la cancha para botar escombros y basura y les toca a ellos (profesores, niños y padres) limpiar. Que hay ya invasiones urbanas que le respiran en la nuca a la cancha y amenazan, literal, al que no le guste ese asunto. Que la gestión diaria para que las autoridades de Medellín ayuden con constancia y sin pasividad, que al menos vayan al sector, que entiendan el problema y todo no se quede en el torbellino de la burocracia en el que Bley opta mejor por encontrar soluciones por su cuenta, ya que el tiempo no da abasto. En sí, sacar adelante el equipo Arsenal de Robledo Santa Margarita, pero que perfectamente es el reflejo del fútbol aficionado de la mayoría de canchas de barrios de este país.
La constancia de este esfuerzo también da satisfacciones. En 2018, Bley Naranjo ganó el premio a mejor líder municipal. Varios niños del club Arsenal han tenido la opción de probarse en clubes como Atlético Nacional. La filosofía de respeto, buen nivel académico y trabajo en equipo en pro del deporte le arrebatan espacios a la violencia de estos barrios.
Es un auténtico milagro que surjan jugadores desde el fútbol aficionado en este país. Llegan al profesionalismo a punta de proezas. Porque arriba, allá, al son de la corbata, el whisky, las billeteras llenas y las frondosas barrigas y papadas, los tipos que manejan nuestro fútbol, sin un asomo de vergüenza y pena, tapan sus actos de corrupción con el dinero que ayudaría a cada uno de estos niños y a cada Bley Naranjo que hay en las canchas de este país. Infames y descarados son y, lo peor, es que no pasa nada y siguen ahí…
@poterios