No fue una temporada fácil en el béisbol de las grandes ligas. Cuando iba a comenzar el show, la pandemia empezó y modificó los planes no solo del mundo, sino también de este deporte. Por semanas y meses se dudó que se pudiera poner en marcha, pero al final se acomodó una temporada recortada y bastante particular.
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Las Grandes Ligas desafiaron a la COVID-19 y contrario a la NBA, jugaron el campeonato en todo el terreno estadounidense. Estrategia puesta en discusión cuando se dispararon los contagios en los Marlins de Miami, que obligaron a suspender varios juegos.
Tomando nota de esto, la organización cambió las reglas y al terminar la temporada regular concentró a los equipos en dos burbujas, una en Arlington y otra en San Diego. Y no solo eso. En vez de clasificar a cinco por liga a la postemporada, esta vez entraron los mejores ocho de cada circuito para un total de 16 equipos en playoffs.
Allí, los Dodgers fueron los mejores sin lugar a dudas. Aún cuando los Bravos de Atlanta los pusieron contra las cuerdas en la serie por el campeonato de la Liga Nacional, el equipo de Los Ángeles nunca bajó los brazos y sabía que tenía un equipo capaz de revertir todo y ganar la Serie Mundial.
Así fue. No solo se deshicieron de los Bravos en Arlington, sino que la ciudad los acogió como suyos. Allí se disputó la Serie Mundial, a donde llegaron los Rays de Tampa Bay como representantes de la Liga Americana.
Los favoritos fueron los Dodgers y así siempre se vio. Aunque las mantarrayas se llevaron los juegos 2 y 4, los Dodgers siempre tuvieron más solvencia y en el sexto juego así lo resolvieron. En una sexta entrada desastrosa para los Rays, la novena de Los Ángeles lo dio vuelta con juego corto.
Al final, un jonrón de Mookie Betts liquidó todo a favor de los Dodgers, que rompieron la sequía que databa desde 1988. Aunque no se pueda celebrar en las calles por la pandemia, una de las franquicias más legionarias de todo el béisbol por fin pudo gritar campeón en el béisbol de las Grandes Ligas.