El encarte

“Era una apuesta como lo son todos los fichajes. Este delantero, que adorna su cabeza con algo que no logro descifrar aún en la mutación de trenza o churrusco capilar con tintes amarillos, no descolló desde su estreno con la camiseta verdolaga. Al contrario, empezó encallado y, en un club como Atlético Nacional, empezar bien es fundamental”: ‘Pote’ Ríos

De las cosas patéticas de la vida es ser un encarte. En la cultura antioqueña el verbo encartar es sinónimo del tener que lidiar con una situación o con un personaje que representa un problema para uno, para una institución o para un grupo. En sí, es lo mismo que tener que lidiar una “papa caliente” o algo que genera mal ambiente y que es un “palo en la rueda” para que las cosas fluyan bien. También el encarte va de la mano de la tan hoy popular expresión “esa persona es una patada en las gónadas”.

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A todos nos ha pasado, eso sí, espero que no sea desde la orilla de ser el encarte mismo, si no desde la difícil e incómoda situación de lidiar con personas tipo encarte. En el sector público pululan los que no hacen mayor cosa y no pueden echarlos porque son cuotas políticas de zutano. En las sociedades no falta el socio encarte. En el colegio no expulsan al alumno maqueta y matoneador porque es hijo de un poderoso o de un socio de la institución. A la otra o al otro no lo pueden tocar, a pesar de su mediocridad, porque tiene “vara con el jefe”. O, simplemente, a este o a esta nada se le puede decir porque es familiar del otro o de esa. Todos círculos nocivos de nuestro andamiaje que generan como resultado amarguras, más líos y atrasos.

En el fútbol pasa mucho y ahora, específicamente en Atlético Nacional, hay un jugador que se convirtió en un real dolor de cabeza para el club y la hinchada. El sujeto en cuestión llegó procedente de la B, del Quindío. Sus pergaminos no reflejaban mayor cosa más allá de ser potente, tener algunos dotes de goleador, ser fuerte y, amparado en lo que ahora es “marca de calidad” según algunos DT´s: una buena fibra 2B que forja su piel negra.

Era una apuesta como lo son todos los fichajes. Este delantero, que adorna su cabeza con algo que no logro descifrar aún en la mutación de trenza o churrusco capilar con tintes amarillos, no descolló desde su estreno con la camiseta verdolaga. Al contrario, empezó encallado y, en un club como Atlético Nacional, empezar bien es fundamental, vencer el miedo es clave y demostrar ganas, aptitud y actitud, palabras sagradas para calar. Pues no, en este caso el hombre de fibra 2B y rizos tipo lechuga en sus pelos marcó su signo con una jugada en plena Copa Libertadores en la que lo tenía todo para anotar un gol clave y, de sopetón, fue víctima de un “rayo paralizador” que lo frenó en seco. De inmediato, ante el asombro, los putazos y lamentos de todo un estadio, este jovenzuelo se mandó las manos a los oídos e hizo el gesto de no haber oído. ¿Qué no oyó o qué oyó? Ni idea, solo sé que fue un auténtico ridículo y un importante gol dilapidado.

Luego, en otro partido, anotó un gol o dos, no sé, y se fue a la tribuna a restregar ese gol haciendo el mismo gesto. Su inmadurez, más allá de sus problemas auditivos, también salía a flote. Y es que a estos personajes las malas acciones los acompañan más que las buenas. En sí, viven metidos en cuanto chisme malo que salga. Se dijo que un día llegó borracho a un entrenamiento y el profesor Almirón lo devolvió a pasar la rasca a la casa; dicen que durmió la cruda entre el carro.

Se fue a préstamo a otros clubes y nada que sus churruscos ‘amonados’ lograban enderezar su falta de profesionalismo. En Argentina pasó con más pena y ajeno a la gloria que nada que le pone atención. En Rionegro de nuevo los murmullos de tufo etílico soplaban versiones de sus parrandas e indisciplinas. Y así, Nacional de nuevo le abrió las puertas y le renovó su jugoso contrato. ¡Qué error! No en vano, cuando no hay educación, cultura y un buen entorno, el exceso de plata al son del fútbol es un veneno que aumenta el aserrín en la cabeza.

Empezó 2020 anotando goles, pero era una quimera. La pandemia llegó, el encierro al lado de la PlayStation no lo atajó y un día, según relatos cachivaches, se dijo que viajó a Cali, estuvo de fiesta (un nicho en donde esos rizos albinos se sienten a gusto) y abrazó el covid- 19. Nada se pudo comprobar, solo quedó claro que sí tuvo el virus. El otro virus, el de la farra y la falta de profesionalismo, ese quedó en veremos y sin sanción oficial.

Ahora, de nuevo florece su afán de estar del lado contrario al buen accionar. Lleva cinco días sin entrenar, dicen que estuvo de nuevo en Cali, dicen que un empresario le habla al oído para que busque su libertad y pueda irse de Nacional, dicen que Suiza lo busca; dicen que se fue sin ton ni son y dejó el puesto botado. Hay, oficialmente, un proceso disciplinario en su contra de parte del club. Toda la hinchada pide que se largue, el club quiere que se largue desde hace algún tiempo. Pero no, no se ha dado ya que hay unos nudos dentro del marco de su negocio (Nacional tiene el 70 % de su pase, Quindío el 30 %) y no se quiere perder dinero en ese “activo” (para mí, un muy pasivo).

Se pagaron 1,2 millones de dólares por este jugador. Un dinero que se ha echado a la basura por la falta de profesionalismo, madurez y entereza de un modelo de futbolista que, como él, hay muchos en nuestro fútbol. ¡Qué encarte, qué reverendo encarte, Gustavo Torres!

 

 

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