El 16 de julio de 1984 un ciclista amateur ganó la etapa reina del Tour de Francia. En un pelotón que incluía a campeones como Laurent Fignon, Bernard Hinault, Greg LeMond, Pascal Simon, Marc Madiot, Ángel Arroyo y Robert Millar, todos estaban atentos para ver quién se quedaría con la etapa 17 que tenía que recorrerse desde Grenoble a Alpe d’Huez. Pero ese día no iba a ganar ninguno de esos grandes nombres. El triunfo estaba reservado para un ciclista que no era profesional.
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Alpe d’Huez es la catedral del ciclismo mundial; es tal vez el premio de montaña más famoso del mundo del ciclismo, y toda una carrera deportiva puede valer únicamente por ganar ahí. Es la etapa con mayor audiencia en cada edición del Tour de Francia.
En esta ocasión, mientras las miradas atentas de los espectadores seguían cómo Fignon y Hinault se vigilaban, Arroyo saltó del pelotón de favoritos en las primeras rampas del Alpe d’Huez seguido únicamente por un ciclista amateur, no muy conocido por el resto del pelotón. Pero la sorpresa real llegó cuando, algunos cientos de metros después, el ciclista desconocido se levantó en la bicicleta y dejó clavado a Arroyo, quien simplemente pudo ver cómo se alejaba.
El ciclista, que no era profesional y que se ganaba la vida como jardinero, parado sobre su caballito de acero, sin mirar atrás, con una camiseta con los colores de Pilas Varta y con el nombre de Colombia en el pecho, recorrió los últimos kilómetros del más grande escenario de la montaña del ciclismo mundial, en medio de miles de aficionados de todo el mundo. Los seguidores del ciclismo en todo el mundo observaban perplejos por televisión cómo este ciclista, que aún no podía vivir enteramente de su deporte, había dejado a los grandes campeones de Europa y de Estados Unidos atrás y, con una fuerza inigualable, porque simplemente nadie lo podía seguir, iba recorriendo metro a metro de carretera acercándose a la meta.
En los últimos metros, como aquel que aún no está acostumbrado a ganar, no se hizo grandes florituras, ni hizo ademanes al público. Al contrario, con la parquedad propia de los cundiboyacenses entró en la meta solo y escasamente levantó los brazos. Pero con él entró todo un país llorando, porque ese día el ciclismo colombiano ganó por primera vez una etapa del Tour. Por primera vez una camiseta que decía Colombia cruzaba al frente del pelotón en una gran vuelta y, por primera y única vez, un ciclista amateur había ganado una etapa en el Tour de Francia.
Al año siguiente, ya hace 35 años, el ciclista amateur ya era profesional. Volvió al Tour para ganar la camiseta de montaña, para ganar una etapa en el embalaje al todopoderoso Bernard Hinault, para llegar sangrando a Sant Etienne, dándole un rostro permanente al ciclismo colombiano, y para llegar a la meta junto con su compañero Fabio Parra, logrando así que Colombia hiciera el uno y el dos en una etapa del Tour.
Esta semana se cumplieron 35 años desde que ese ciclista neoprofesional hizo historia con la cara ensangrentada: Lucho Herrera, el ídolo de muchos colombianos. Un deportista que casi no habla, pero que nos enseñó a conjugar el verbo ganar en primera persona. Es tal vez el escalador más potente que ha tenido esta tierra de escaladores, quien, como casi siempre estaba vestido de puntos, realmente parecía un escarabajo.
Un saludo y eterna gloria al jardinerito de Fusagasugá: Luis Herrera.
Por: Ernesto Ortiz / @acerocaballito