La celebración. Egan Bernal se esforzó durante tres semanas para izar la bandera colombiana en el corazón de Francia. París lo recibió con las puertas abiertas, esas que hacen un arco imponente sinónimo de triunfo para el ganador del Tour.
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La bandera gala al caer la tarde del domingo tuvo otro color. El azul, blanco y rojo tradicional añadió un amarillo, símbolo de la camiseta que con orgullo portó un oriundo de Bogotá, pero hijo putativo de Zipaquirá, donde se crió.
Desde que Egan conquistó el Iserán, se corrió la voz y en los Campos Elíseos se vio una mancha amarilla cubriendo los jardines del Edén francés.
Egan Bernal campeón del Tour de Francia
En la mitología griega, Les Champs Elysées era el paraíso donde solo los héroes y los dioses arribaban, tras beber el agua sagrada. Esa misma que probó Egan sorbo a sorbo durante 23 días para tener inmortalizado su nombre en el Olimpo del ciclismo.
Ahora llegó el momento de embriagarse de gloria. El camino al orgullo parisino fue transitado con calma. Era momento de festejo, de brindar con champaña por los arbustos y enramadas en los suburbios de París y de festejar con sus «panas», Nairo, ‘Rigo’, ‘Checho’, aquellos a los que años atrás admiraba y de los que hoy recibe aplausos.
La salida fue en Rambouillet antes de conquistar París. Durante 128 kilómetros, con varias vueltas en los Elíseos, la ciudad se rindió ante un colombiano que a los 22 años abrazó la gloria de un deporte hecho para valientes.
No era el día para buscar pasar la meta en primer lugar. Con tranquilidad, pero conservando la cadencia en el pedal, Bernal observó cómo los sprinters se lucían por última vez en esta edición del Tour. Al final, el australiano Caleb Ewan pasó primero la meta.
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Llegó el final de un Tour histórico para Egan, pero apenas el comienzo de una carrera deportiva de leyenda. El podio lo vio en el lugar más alto, con el sol radiante como testigo, Bernal escribió la página más dorada del ciclismo colombiano, pero tiene tinta para rato y seguro escribirá tomos de muchos triunfos más.