Los años 80. La violencia en el fútbol de Europa era pan de cada día. Hoolligans exacerbados destruían cual ciudad llegaban, en la antigua Copa de Campeones de Europa.
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Los gobiernos de turno eran rehenes, hasta que las tragedias de Heysel (Bélgica), durante un Liverpool-Juventus, y la de Hillsborough, en el campeonato inglés, hicieron que Margaret Thatcher se pusiera firme en su iniciativa para erradicar a los violentos.
La sanción de la UEFA a Inglaterra impidiéndole participar por cinco años en las competencias continentales, dictó un camino. Luego, la lucha de la ‘Dama de Hierro’ fortaleciendo las leyes contra los aficionados revoltosos, hizo que en el Viejo Continente se extirpara el cáncer y fuera modelo de buen comportamiento.
Ahora, parece que el mal rebrotó. En los últimos años sucedieron hechos aislados, la mayoría de ellos en el este de Europa. La alarma fueron los hechos ocurridos en la Eurocopa de Francia 2016, con desmanes provocados por rusos, croatas e ingleses.
UEFA tuvo la gran oportunidad de poner mano dura, pero no lo hizo y la enfermedad continuó creciendo. En 2017, disputas en Francia, España y otros países de Europa occidental se esparcieron.
Los famosos ultras reaparecieron en las tribunas, no solo por ser los más fervorosos, sino por actuar como método de choque de los directivos de los clubes. Sabido es el caso del París Saint-Germain, en el que existe una convivencia de los ‘ultras’ de la grada sur, con la dirigencia de Nasser Al-Khelaifi.
Incluso, para el juego de vuelta de octavos de final de Champions, contra Real Madrid, cinco jugadores franceses del PSG se reunieron con los ultras y le pidieron que el estadio sea un infierno, para amedrentar a los merengues, algo que no ocurrió más allá de la pólvora ilegal evidenciada en las tribunas.
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La situación de los ultras (barras bravas en Sudamérica) vivió su jornada más dramática durante el choque entre el Athletic de Bilbao y el Spartak de Moscú, en los dieciseisavos de final de la Europa League. Un muerto en choques en la ciudad vasca fue el doloroso saldo.
En Inglaterra, también se revivieron los fantasmas el último fin de semana. Durante el juego entre West Ham United y Burnley, varios fanáticos de los ‘Hammers’ invadieron el campo, amenazaron a los jugadores de su equipo y a los rivales, e incluso quisieron impedir la finalización del juego, protestando por la delicada situación del club londinense.
La Federación Inglesa planea tomar armas en el asunto y poner en marcha las viejas medidas de Thatcher, que van desde la suspensión de por vida a escenarios deportivos para los infractores, hasta incluso la cárcel.
Pero, los ultras no son el único problema de violencia en el fútbol europeo. El último fin de semana, un bochornoso episodio en Grecia terminó por generar la suspensión indefinida del campeonato helénico.
El presidente del PAOK, Iván Savvidis, ingresó al campo de juego con un arma de fuego para protestarle al árbitro. Por fortuna, el suceso no acabó en tragedia.
El club fue expulsado de la Asociación de Clubes Europeos y se estudia su descenso automático a categorías inferiores.
La violencia en el fútbol resurgió del sepulcro y Europa está alerta. En Rusia 2018, los ultras podrían hacer presencia y la FIFA toma nota. Desde España anuncian que la FIFA tendrá tolerancia cero, sin importar si son aficionados locales.
Mientras en Sudamérica se estudian medidas para erradicar a las barras bravas, en Europa temen que el brote se vuelva epidemia. El mal renace y a diferencia de un partido de fútbol, en esta todos pierden.