No hay mal que dure 100 años, o mejor dicho en el caso de los Cachorros, 108. Por fin se acabó la ‘maldición de la cabra’, finalmente culminó la sequía eterna de una ciudad amante del béisbol y de una afición fiel, fervorosa y leal, que a pesar de ver generación tras generación de fracaso, siempre soñó con el día en que los Cubs gritaran “campeones”.
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Fue lejos de su casa, en el estadio de Cleveland, ante los aguerridos Indios. Pero eso no le quitó el buen sabor de boca de haber dado vuelta un 3-1 abajo en la Serie Mundial, ante todos los pronósticos y las casas de apuesta. Los Cachorros se levantaron de la lona, ganaron el quinto juego por una sola carrera y después de eso, su bate volvió a encenderse para imponerse en los dos últimos en Progressive Field.
A pesar de las adversidades, habría sido una injusticia que los Cachorros no coronen una temporada inmaculada con el título de campeones. La novena que dirige Joe Maddon fue la mejor de toda la temporada regular, siendo la única que superó las 100 victorias (103), con solo 58 derrotas, el mejor récord en su historia como escuadra. Sus baluartes fueron los lanzadores. Jon Lester y Jake Arrieta tuvieron la temporada soñada; John Lackey volvió a ser el de años anteriores y para salvar, cuando las papas quemaban, el mejor salvador de las Grandes Ligas también tiene tu pedazo de gloria: Aroldis Chapman.
Ironía que el mejor cerrador de todo el béisbol sufriera el único jonrón en contra en toda la temporada, en el juego decisivo. Rajay Davis, de los Indios, quebró el invicto de Chapman y forzó los extrainnings, donde finalmente los Cubs se impusieron. Él, también sintió un gran alivio al momento de agarrar el último out.
Javier Báez, Anthony Rizzo, Miguel Montero y Dexter Fowler, fueron los líderes de la ofensiva de Chicago. Ellos, con su bate encendido, demostraron que contrario a lo que piensan los expertos, es posible consagrarse campeones con un ataque mejor que la defensiva.
Pero, aunque todos ellos pusieron un grano de arena importante en la consecución del título luego de 108 años, los grandes protagonistas fueron los fanáticos. Wrigle Field, uno de los templos sagrados del béisbol, fue un recinto casi inexpugnable. Ahí, los Cubs se convirtieron en los locales más efectivos de la Liga Nacional. Ese será el lugar de una fiesta inigualable que está pactada para este viernes. Desde ahí saldrá un desfile que inundará toda la ciudad y la manchará de azul, el color de los Cachorros.
Se acabó la sequía, se acabó la maldición de la cabra. Los Cubs abrieron los ojos y despertaron de un sueño que, hasta que finalice la próxima Serie Mundial, los mantendrá como los actuales monarcas de las Grandes Ligas. Aunque parezca de película, los Cachorros volvieron al futuro.