Hay canciones que se quedan para siempre. Habitan un rincón de la mente y se hacen allí un nido que van llenando de ramitas y de tesoros. Los recuerdos son pájaros de la memoria.
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A menudo, agitan las alas, revolotean fuera del nido y nos sorprendemos tarareando una canción cualquiera. Una ronda infantil que nos habla de ballenas o de piratas feroces o de las vocales. Esas canciones que nos forjan para siempre, que nos abren camino en la música, son el punto de partida y recordarlas es sobrevolar la infancia. Eso, creo, son los libros de Jairo Ojeda: pájaros para volver a la niñez.
El autor presenta su nuevo libro Son de luna, con ilustraciones de María Fernanda Mantilla, publicado por Panamericana editorial, compuesto por 18 rondas infantiles que llevan a sus pequeños lectores a conocer las voces del mundo que los rodea.
Porque sus libros son canciones, son rondas y sus versos acompasados hablan de los animales y la naturaleza pero en el fondo hablan de la ternura, que es un refugio de la crueldad del mundo. La obra de Jairo Ojeda habla sobre el encuentro, la solidaridad, el apoyo mutuo y así, hace que sus versos cargados de ternura sean revolucionarios, porque no hay nada más revolucionario que poner la mirada en el otro y apostarle a ser solidarios en un mundo donde la competencia es la ley, donde el más fuerte se impone por la fuerza o por el dinero –que es otra forma del Poder- y es premiado y alabado.
No es poca cosa darle voz a un “niño indio”, a una tortuga que con su andar lento va por los días “recogiendo su aroma”, a una jirafa que es tan alta que se tropieza con las nubes, a un león que no quiere cortarse la melena, a un mono que le pregunta a un niño que visita el zoológico cómo salió de la jaula, a un cocodrilo que no se quiere meter al río, a una abuela que le canta al viento pidiendo recordar las canciones de sus ancestros. No es poca cosa que, en un mundo cada vez más encerrado –en casas, en pantallas, en consumos- una obra nos invite a mirar hacia afuera. Cada palabra del autor es una apuesta por la mirada, por el encuentro y por ese volver, quizás el mismo del que habla aquella canción mexicana. Sus versos, aún sin música, tienen ritmo, van cantando ahí, en el silencio de la garganta mientras uno lee.
No se trata de rondas infantiles. Son de luna es un libro sobre la infancia, que es un paso más allá. No es un libro para niños sino para los que disfrutan leer. Las metáforas son bellísimas y profundas, todas dispuestas en versos llenos de rimas y de sonidos. Hay que leerlo con atención para reconocerse y, en el camino, reconocer a los otros.
Podría decirse que Jairo Ojeda escribe acá un libro sobre el encuentro y una oportunidad para que los lectores más pequeños – y los demás lectores también- aprendan a mirar hacia afuera y a saber que todos somos diferentes: unos como jirafas, otros como tortugas, otros como patos o como árboles de naranjo. Yo, al menos, me pido ser el león que no quiere cortarse la melena.