Imagine usted que llega al estadio, en este caso puntual al Atanasio Girardot de Medellín. Imagine que desde hace más de una década es inquilino de la tribuna oriental. Imagine que llega, presenta su tiquete de entrada o su carnet de abonado, pasa los torniquetes e ingresa.
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Imagine que ahí el tiempo se suspende y usted, en pleno 2021, se siente como en 1975. Imagine usted que paso a paso inicia un periplo de escaleras. Una a una y de pronto, imagine, que levanta la cabeza y mira hacia las paredes, mira hacia el techo y su visión capta colores de ladrillos raídos por el tiempo. Imagine que ve todo el cableado de lo que usted supone son las venas que les dan vida a unas luces tipo oficina de neón que también lucen vetustas, como el panorama en general.
No hay decoración de ningún tipo, no se percibe un signo mínimo de querer hacer ver mejor lo lúgubre. Lo único que “adorna” esto, mientras que usted sigue subiendo y subiendo escaleras, es ver que el exterior de las tribunas, sus gruesas escalinatas, se ven invertidas, como si usted, para ingresar, empezara por los intestinos del estadio mismo. Eso sí, grises. En sí, imagine que hace parte de una “colonoscopia” a la que se le sabe el dictamen final: un paciente que desde hace muchas décadas se quedó en obra gris y sin signo de animar su belleza. Solo los hinchas la hacen lucir bella.
Imagine usted que llega a una zona de corredores en donde están los sitios de venta de comida y bebidas. La oferta es la misma desde, mínimo, hace tres generaciones. Los que venden son emprendedores, supervivientes que sostienen a sus familias y pagan un arriendo. A ellos no los tratan bien, a ellos no se les puede pedir más. La calidad es como el Barcelona actual: es lo que hay…
Imagine usted que quiere entrar al baño. Con suerte puede que no tenga que hacer una larga fila, con suerte ingresa a unos baños que fueron reformados para el mundial juvenil de 2011. Pero, imagine usted, que pocas veces hay una buena dotación de papel higiénico, dado el caso que las circunstancias del momento lo obliguen a necesitarlo. Ahora bien, una contradicción: si usted quiere lavarse las manos, el escenario le ofrece un servicio no pedido: usted activa la llave del agua y queda absolutamente lavado, bañado y empapado. Imagine usted que, en pleno 2021, la ingeniería a cargo de esta tribuna no ha podido solucionar que la presión del agua no lo deje a usted como Noé previo al ingreso al arca. Repito: no han podido o, mejor, no han querido. Ojalá la Nasa lea esta columna y se apiade del tema…
Imagine usted que, después de lo anterior, subió siete pisos. Unos dicen que seis, yo cuento siete, y si son seis, pues también es una odisea para llegar al vomitorio que lo deja en la zona alta de la tribuna. ¿Ascensor? No, amigos, qué es eso, ese invento en esta mole no se conoce. Siete pisos para que usted se logre sentar en su puesto. Y si usted es adulto mayor, mujer embarazada, tiene jodida una rodilla o le hacen daño las escaleras, llórelo, nada qué hacer, de malas, pues no vaya…
Imagine usted que, adicional a lo anterior, si mide más de 1,70 metros, no va a quedar cómodamente sentado en su silla. Por cierto, la silletería también se instaló para el mundial juvenil de 2011. ¿Nueva? Eh…, no, gran parte de ella se recicló de la tribuna occidental. Lo que ya habían usado los privilegiados se lo zaparon a los de abajo del escalafón de precios. Nada ajeno a nuestra sociedad…
Y fuera de todo lo anterior, imagine usted que, si llueve o llovió, su puesto estará inundado. Es más, no importa si el último aguacero cayó en 2005, igual hay gente que tiene que padecer que sus puestos siempre tengan un bendito charco en el piso. ¿Sistema de desagüe efectivo? Eso no existe en la tribuna oriental de este escenario deportivo. Si llueve, uno se moja de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Luego de imaginarse todo esto, que es una realidad tan cierta como que necesitamos del aire para vivir, le cuento que la tribuna oriental del estadio Atanasio Girardot es la más grande del país, con una capacidad para 16.250 personas. Que se inauguró en su primera faceta de un solo nivel el 18 de marzo de 1953 bajo la batuta del ingeniero Guillermo González y que la parte alta, esa que se ve imponente y es bella desde la cancha y su exterior, se adicionó en 1976.
Este estadio tiene “dos estadios” y es el claro reflejo de la inequidad social que se vive en una ciudad como Medellín. La tribuna de occidental, la más cara en el precio de su boletería, tiene techo, tiene mejores vías de acceso, la silletería es más nueva y por lo regular no tiene una inundación constante en su piso. Allá, inclusive, comen mejor y van al baño con más comodidad. Pero en sur y norte –que son las tribunas populares–, y en lo que les describo de oriental, la cosa colinda con el abandono de la alcaldía.
Independiente Medellín y Atlético Nacional son los que alquilan este escenario para que sus hinchas vayan a ver el espectáculo que ellos ofrecen. Indagué con directivos del área administrativa del club verde sobre este tema y la respuesta es que la alcaldía, por medio del Inder, para la Copa América, que al final no se jugó en Colombia, invirtió en los camerinos, la gramilla, en la tribuna occidental (la de prensa, los invitados especiales, la de mostrar…) y en el sistema de luminarias. A oriental, sur y norte, los patitos feos, nada, dicen que para eso el presupuesto no alcanzó.
Y esto no es de ahora. No es de la nefasta alcaldía actual de Daniel Quintero o de la mala de Federico Gutiérrez, esto ya es un abandono endémico con esta parte del estadio Atanasio Girardot.
Y uno no deja de amar a la tribuna oriental, que considera su segunda casa. Asistir a cada partido es un acto de valentía e incomodidad (pagando) en el que gana el hecho de ver al equipo amado…
¿Hasta cuándo?