Opinión

Ustedes que aún pueden

Adolfo Zableh Durán

NEW YORK / GettyImages (Stephen Chernin/Getty Images)

Cada vez que veo una noticia sobre la sobreoferta de empleos que hay en Estados Unidos me dan ganas de dejar todo botado y arrancar para allá. No importa que estén buscando trabajadores en el área de servicio al cliente, hoteles y restaurantes más que todo, la situación en Colombia es tan precaria que se vive mejor lavando baños en el primer mundo que siendo profesional aquí. Salvo que alguien sea heredero o un lambón de tiempo completo, surgir en este país es muy difícil, y quien lo logra lo hace pese a él y no gracias a él. Y no es solo porque falten oportunidades y los sueldos sean de hambre, sino que somos tan clasistas, casi feudales, que al que ven ascendiendo le ponemos un pie encima para joderlo.  

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Yo fui empleado durante seis meses en Estados Unidos cuando estaba en la universidad, gracias a un programa que contempla que estudiantes de otros países suspendan la carrera un semestre para trabajar en áreas de servicio al cliente. Llegué con un empleo ya asegurado y apenas pude me conseguí otro. Trabajaba de tres de la tarde a siete de la mañana durante seis días a la semana. De aquella época guardo buenos recuerdos, y no hablo solo de la paga. El dinero era el principal estímulo, por supuesto, y aun hoy, casi veinte años después, no he podido ganar en Colombia lo mismo que me ganaba allá. Recuerdo que en verano en uno de los empleos, cuidando el parqueadero en un casino, jugaba con las temperaturas. Me quedaba afuera recorriendo el sitio hasta calentarme lo suficiente, y luego, cuando no podía más, me metía a la caseta y ponía el aire acondicionado al máximo para enfriarme. Y así las ocho horas de mi turno. Aún hoy guardo esa costumbre: con ropa, cobijas o calefacción, me gusta enfriarme para poder calentarme y viceversa. 

Conocí gente maravillosa, gente rara también. Me acuerdo de las cajeras del restaurante que era mi segundo empleo, dos señoras de avanzada edad que no se afanaban por nada. Uno acelerado por atender rápido al cliente y recibir buena propina, y ellas tomándose su tiempo, sin nada que perder. Ganaban bien, todos ganábamos bien, y recuerdo que cuando la noche estaba suave hablaba con mis compañeros para saber cómo vivían. Una de las cajeras, por ejemplo, se había dedicado a eso durante toda la vida, y así había logrado mandar a su hijo a estudiar, tenía una buena casa, dos carros y en invierno pasaba dos semanas en la Bahamas u otra isla del Caribe. Casa propia, dos carros, dinero para pagar la universidad y vacaciones en el mar. Mientras que en Colombia toca ser prácticamente millonario para tener algo así, en Estados Unidos cualquiera medianamente juicioso puede hacerlo. Y ojo, no quiero decir que vivir allá sea fácil, para nada, solo creo que es mucho más fácil progresa sin ser particularmente brillante. 

Cuando mi visa estaba a punto de vencerse, consideré quedarme de ilegal. En realidad no lo consideré, yo tenía claro que quería volver a Colombia y dedicarme a mi profesión jugando de local, pero no crean que no fantaseé e hice cálculos. De acuerdo a lo que ganaba y lo que gastaba, pensaba qué pasaría si me quedaba allí durante diez o quince años al ritmo que tenía en ese entonces; hoy tendría una buena cantidad de plata que sé que nunca veré en vida. Y eso que no se pagaba lo que se paga hoy. Hoy la escasez de mano de obra en Estados Unidos es tan grave que alguien que lava platos se gana 19 dólares la hora, además de bonos de hasta quinientos dólares por aceptar el empleo. Es lo más bajo, lo más básico, se sabe, pero tal fenómeno no hace otra cosa que reafirmar la diferencia entre un país y otro.  

Yo hubiera podido llevar una vida gris en Estados Unidos en vez de volver a Colombia, una existencia sin brillo trabajando ocho horas diarias en un empleo, seis en otro y haciendo tiempo extra. Tampoco hubiera tenido conflicto en llegar sin pena ni gloria a casa al final de la jornada sabiéndome un mediocre que no estaba haciendo gran cosa con su vida y que no iba a ser recordado por nadie una vez muriera. No me arrepiento de haberme devuelto, que mal tampoco me ha ido, pero a lo largo de los años he ido acumulando frustraciones, odiando mi trabajo y a mis empleadores, también a mis compatriotas y a esta sociedad sin aspiraciones y sin futuro. 

 El actual gobierno de Colombia dice que la economía está creciendo, y no dudo que sea cierto, pero ese no es el punto. El punto es que el dinero está cada vez peor repartido y las ganancias extras se están acumulando cada vez en menos manos, mientras que los trabajadores están estancados, en el mejor de los casos, quiero decir, ya que sobran los ejemplos donde los empleos tienen cada vez peores sueldos y peores condiciones. Es que con tales maquillajes es fácil ser economista y mostrar índices que demuestren que la economía colombiana está supuestamente mejor que antes.  

Mi consejo es que se vayan, emigren de aquí, que no vale la pena luchar por esta tierra ni por sus propios sueños. Coman mierda afuera, que va a ser solo por un rato; cuando se estabilicen descubrirán que podrán acceder a cosas que en Colombia no van a ver ni por televisión. Eso sí, si no tienen opciones y les toca quedarse, vayan a la fija y hagan carrera en el sector más próspero de nuestra economía: la delincuencia estatal.  

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