Primero fue la hinchada del Independiente Medellín con 3000 personas. Luego fue la de Atlético Nacional, con 6000 y ahora el turno es para Bogotá, en donde habilitarán el 50% del aforo del estadio El Campín. Paulatinamente el fútbol en Colombia recupera su esencia máxima: la presencia de hinchas. La alegría es grande, pero también queda el vacío de los que, por culpa de este virus, dejaron huérfana su silla por siempre en las gradas.
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Pasaron 511 días para volver al estadio Atanasio Girardot. Ya era justo, esta pandemia infame no podía seguir robándonos espacios en los que realmente nos sentimos a gusto, en libertad, alegres y pasionales. El estar vacunado y portar el tapabocas correctamente son escudos generadores de confianza y protección para vencer el miedo, e ir a un escenario que de por sí es abierto y suma la protección del aire libre.
Ver a la gente con la misma camiseta de uno, ver a los que hace tiempo no se veía, no negar un abrazo –imposible hacerlo– en medio de esa fraternidad futbolera que estaba ajena. “Respirar” estadio, sentir la tribuna, compartir, actualizar vida, tertuliar del equipo, gritar el gol, alentar; sí, no importa que sea con la incomodidad del tapabocas, pero todo lo anterior era necesario y el virus no lo iba a castrar más.
Fue bello y, por lo menos en la tribuna de oriental donde me siento, la gran mayoría de hinchas cumplieron con el uso del tapabocas y la organización fluyó. Repito: castrar el abrazo de gol con la persona que se tenía al lado, imposible, y eso en medio del tapabocas –espero– no conlleve riesgos.
Ahora bien, en medio de esos encuentros surgía el tema y la indagación por tal persona, por su familiar y la respuesta también llevaba a un: “No, él murió. No, a ella se le murió el papá. A este otro, la mamá. Al que se hacía al lado de aquel, se le fue el hermano”. Puestos del estadio, sillas vacías a costa de esta tragedia que nos sigue azotando. Gritos de gol apagados por siempre…
El fútbol no los puede olvidar, su pasión y amor por unos colores no podía quedar en un adiós y en Atlético Nacional decidieron recibir a su hinchada con un bello homenaje a familiares e hinchas verdolagas que fallecieron a causa de la pandemia. Cada número impreso en la camiseta de los jugadores, que lucieron en el partido ante Tolima, estaba formado por un collage con fotos de los rostros de esos hinchas que ahora alientan al equipo en el plano celestial. Una manera de inmortalizar su imagen en la camisa del equipo amado por ellos, sus familias y sus amigos.
Hermoso homenaje en el que humanizar el sentido del ser hincha también va en la vía del respeto y la gratitud de parte de un equipo de fútbol. La vida es de detalles y detalles así, por simples que parezcan, llenan más de lo imaginado. Bien por Atlético Nacional, que deja en la eternidad el grito de gol de hinchas y seres valiosos que se fueron y siempre estarán.
Andrés ‘Pote’ Ríos