Tengo la impresión de que los colombianos no vemos fútbol. Ponemos el televisor y en vez de fijarnos en el partido, el partido pasa por encima de nosotros. Gritamos los goles, reclamamos las faltas y puteamos al árbitro porque sí, porque es lo que toca, pero no sabemos lo que ocurre en la cancha. Y eso pasa porque no somos un país futbolero. Ver fútbol y ser futbolero son dos cosas muy diferentes, de ahí que nos hayamos indignado con la actitud del arquero de Argentina en la tanda de penales contra Colombia en las semifinales de la Copa América.
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Emiliano Martínez se llama, está a punto de cumplir 29 años y su nombre apenas está empezando a sonar en el fútbol grande. Después de años de suplencia en el Arsenal y de pasar por clubes modestos como Oxford United, Rotherham y Reading, se fue el verano pasado al Aston Villa con el objetivo de tener continuidad, y en una temporada jugó el mismo número de partidos que en nueve años en el club de Londres. De la selección ni hablar, una hoja de vida aún menos impresionante: el de Brasilia fue apenas su séptimo partido con el equipo de mayores. Es decir, un amateur casi, un veterano con una cortísima hoja de vida más allá de sus cualidades.
Y de ese arquero emergente nos dejamos comer el coco. Nada de Fillol ni Pumpido, es que ni siquiera Romero, que no será la gran cosa pero tiene encima dos mundiales, tres Copas Américas, unos Juegos Olímpicos y casi un centenar de partidos con su país. No, nos cagamos del susto con Emiliano Martínez, que acaba de sacar la cédula de ciudanía. Y nosotros creyéndonos la gran cosa, exigiéndole a la selección que pasee a los rivales y gane títulos, atacando a Pékerman porque nos puso a competir en 2014 y 2018 pero no se metió en semifinales, queriendo pasar de equipo menor a campeón en apenas un proceso.
No somos nadie en el fútbol, tendremos uno que otro representante exitoso en el exterior, pero el resto es casi todo desierto: una liga inestable, jugadores con carreras cortas, divisiones inferiores precarias. Somos relativamente competitivos por momentos, pero al final terminamos cayendo porque estamos un par de escalones por debajo de los mejores. Un par suena a poco, pero con nuestras condiciones es un abismo insalvable.
Incluso nuestros mejores futbolistas son unos verdes de antología. Mucha comuna y mucha calle, mucha malicia, mucha cancha y mucho bailecito; mucha carrera en Europa también, que Martínez les dijo tres cosas y los descolocó a todos. Pero era de esperarse, la ingenuidad de ellos es también la de todo un país. Tanto aficionados de ocasión como gente que en teoría sabe de fútbol y vive de analizarlo, salieron a quejarse por la conducta antideportiva del portero rival. Se ve que en la vida han pateado un balón.
Por mucho que se haya civilizado y ya no se vean las batallas campales de antes, el fútbol sigue siendo malicia y calle (potrero le dicen los argentinos). No se trata de ser un ventajoso que todo lo logra con trampas, pero es que el fútbol no es ajedrez y permite (y necesita) la viveza. Después de la semifinal dijimos que, a diferencia del portero rival, David Ospina había sido un caballero. Pues bien por él, pero es que el fútbol nunca fue ni será un juego de caballeros. Si quieren una actividad deportiva de caballeros, vean esgrima.
Salvo haber dicho cagón un par de veces (y haber sido apercibido por el árbitro por tal cosa), el arquero argentino no fue desleal ni tramposo, solo habló para descolocar a sus rivales, algo tan antiguo como el deporte mismo y tan popular como la Coca-Cola. No hay partido donde los jugadores no se piquen, se amenacen, se intimiden; total, al final se dan la mano y se van para la casa. Por eso digo que los colombianos somos ingenuos y parece que con Martínez hubiéramos descubierto que lo que los futbolistas se dicen en la cancha no son poemas de amor.
Y además de ingenuos, somos ventajosos. Según nosotros, Emiliano Martínez hizo trampa por hablarles a los cobradores colombianos, pero lo de Falcao pactando con los peruanos para clasificar a Rusia 2018 no lo fue. Eso fue inteligencia, estrategia, un capo con toda la experiencia del mundo, pero ni trampa ni deslealtad. Y no contentos con ser inocentes y convenientes, nos gusta hacer además pataletas de niños. Hace siete años celebramos como propios los siete goles de Alemania a Brasil porque los dueños de casa nos habían eliminado una ronda antes, esta vez hinchamos por Brasil en la final de la Copa porque fue Argentina la que nos sacó de carrera. Eso, por no mencionar al personaje que mediante una tutela pidió la repetición del Brasil-Colombia por el balón que le pegó a Pitana y terminó en gol del rival.
Parecemos empeñados en volvernos ese famoso meme en el que el abuelo Simpson sale sin pantalones bajo la lluvia junto a la leyenda “¿No puedes pasar cinco segundos sin humillarte solo?”. Y ojalá fuera solo con el fútbol, se nos está volviendo una peligrosa costumbre ser un país que cada tanto da pena.
@azableh