Esta foto…

Vi esta foto, veo lo que representa, veo el fútbol el actual y a punta de nostalgia me trae estos pensamientos:

Al fondo, unas casas que denotan la humildad del vecindario. Se ven unos árboles, sin hojas, con la flacura que indica que la estación que impera es otoño o el inicio del invierno. La malla de la portería se ve en buen estado, parece nueva, pensaría que pocos goles ha recibido. Los postes que sostienen el arco tienen un tinte clásico: la base está pintada de rojo, también lo hacían con color negro. El pasto brilla por su ausencia debido a la inclemencia del tiempo, aunada al mucho uso y el poco mantenimiento. No se ven rayas en cal u otro elemento que marque el fin del terreno de juego, menos aún, dice la foto, habría claridad sobre los límites fronterizos de las cinco con cincuenta, el punto del penal o el área grande. En el feudo del arquero manda una mancha negra, barro puro, una trampa para él y los rivales, pero lleva la ventaja: es su lodazal, lo conoce a la perfección.

El piso tiene piedras, rocas, un quite deslizante, un planchazo de esos sabrosos, será el preámbulo para levantarse con una buena herida que puede ir desde la parte posterior del muslo hasta la nalga. Son esas heridas de “guerra” que no se sienten en el momento en el que fluye la serotonina del balón. Esa escara se sentirá al momento de la ducha acompañada de un lamento. Luego, uno se la mira en el espejo y el orgullo de la misma crece. Ese recuerdo estará hasta que caiga la costra y se inicie el siguiente partido.

El sujeto que está en primer plano en la foto podría ser usted, ha sido muchos, es cualquiera de los millones de seres que se han reunido con otros a patear una pelota. Poco en él se reconoce más allá del color café que le tizna el cuerpo y sus rizos. Sus guayos deben ser negros, como el buen tradicionalismo canchero lo indica, y necesitarán de unas diez lavadas para poder limpiar el rigor de la cancha. Sus medias, abajo, besando la lengüeta del guayo, son imposibles de descifrar. Una cosa puede suceder: de ahí a la basura puede haber un paso. Ya su vida útil llegó al final, le pertenecen al lodazal. En las piernas, en la herramienta más útil, junto al cerebro, que se usa en el fútbol, hay barro fresco, seco y seguramente hasta en el orto se le deben de haber colado elementos de la fangosa cancha. La chaqueta, celeste clara oscura, es la que menos sufrió, la que menos jugó. La cara de este jugador sí está intacta, pero esa sonrisa, esa risita de satisfacción, lo dice todo: jugó fútbol y se divirtió maravillosamente. ¡Jugó! Repito: del verbo jugar.

Se cumplieron seis meses de la muerte de Diego Maradona y esta foto recuerda la esencia de lo que hoy se pierde poco a poco y por diferentes motivos, en el balompié moderno: el espíritu de jugar, competir y divertirse. Una foto que rescata que la sencillez del fútbol está ahí: en la humildad, en tener un balón y pasión por el juego. ¡Gracias, Diego!

@poterios

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