Opinión

La ciudad de los arriendos

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Sales a la calle y la ciudad está empapelada, hay más avisos de ‘Se arrienda’ que personas. Es que no se acaban, se pueden ver en los grandes ventanales y en las porterías de los edificios. El transeúnte solo percibe letreros y a veces se le olvida que cada uno de ellos es un local o un apartamento vacío en espera de ser ocupado. Vas sumando de a uno en uno y terminan siendo miles. Unos cuantos no serían problema, pero tantos acumulados significan un golpe no solo a la economía, sino al estado de ánimo de toda una sociedad.  

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Lo raro es que la ley de oferta y demanda pocas veces se aplica para el mercado inmobiliario, de ahí que muchas veces se diga que es una burbuja. Vivimos esperando a que explote, a ver si la finca raíz baja y es posible comprar algo, pero nunca pasa; así haya poca demanda, los precios de los inmuebles suelen ir para arriba.  

Es que ni con pandemia. Llevamos un año en estas y son más los locales que han mantenido su precio que los que han bajado. Yo he contado con suerte y la dueña del apartamento donde vivo me ha rebajado un 20 por ciento en el valor del arriendo, pero consultando con otra gente he notado que soy de los menos; en general, muchos dueños se han negado a bajar el costo, vaya alguien a saber por qué, de ahí que muchos inquilinos hayan preferido desocuparlos para irse a algo más económico o simplemente abandonar la ciudad. 

La situación ha servido, entre otras cosas, para confirmar algo que ya sabíamos: que los precios en Bogotá son de escándalo. Yo podré estar gozando de un descuento que agradezco infinitamente, pero no crean, que al final del mes el precio no es ninguna caridad, representa plata para mucha gente. La regla dice que no se debe gastar más del treinta por ciento de los ingresos mensuales en la vivienda, cifra que acá en Colombia debe ser más alta porque los precios van hacia arriba y los sueldos en la dirección contraria. Se pensaría que con la crisis ambos indicadores irían a la baja, pero, repito, misteriosamente el precio del metro cuadrado se resiste a bajar. 

Las cifras oficiales son alarmantes: solo en Bogotá, casi veinte mil restaurantes han cerrado durante la pandemia, y casi sesenta mil locales en total se han clausurado. Otro indicador dice que algo más de medio millón de negocios pequeños han cerrado en toda Colombia. Y aunque los números sean descomunales, al final son eso, números; detrás de ellos hay millones personas que se han quedado sin trabajo. 

Hace unos días hubo indignación porque un restaurante en el aeropuerto vendía almojábanas a doce mil pesos. Entiendo la rabia, yo no pagaría por un tentempié lo mismo que puede costar un almuerzo, pero, por otro lado, hay que ver cuánto cuesta el alquiler de un local en el aeropuerto, ese lugar que desafía todas las lógicas de la economía y que más que un lugar para coger un avión para ir a algún lado parece una república independiente.  

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