Opinión

¡Gracias, Benkos!

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La leyenda cuenta que Benkos Biohó vino al Nuevo Reino de Granada desde sus natales Islas Bijagós en una nave rebosante de esclavos. Había nacido —digámoslo como el Joe— finalizando “los años 1500”. Procedía de un pueblo africano con un particularísimo sistema de organización social. Eran gobernados por un colectivo de ancianos y sabios y no reconocían soberanos. Los bijagós cargaban una reputación de indómitos. De ahí que resultaran tan poco apetecidos para quienes perpetraban la por entonces legal infamia del esclavismo. Y aparte de las destrezas con que contaban en las lides del combate y de la poca disposición para arrodillarse, era sabido que muchos preferían dar sus almas al mar durante el tránsito intercontinental antes que abrazar el yugo de la explotación del hombre por el hombre.

Biohó fue capturado en compañía de Wiwa, su esposa, y de sus hijos Sando y Orika, y embarcado con destino a Cartagena de Indias. Así arribaron los cuatro al principal puerto esclavista de la región, donde, muy a disgusto de él, lo llamaron ‘Domingo’. Cuentan que promovió un intento frustrado de escapatoria vía Río Magdalena, que luego fue “de amo en amo» y que después se alzó como líder al frente de la fuga de esclavos acontecida durante 1599. Treinta africanos huyeron en pos de la libertad hacia la desaparecida ciénaga de la Matuna.

Para contrarrestarlos comisionaron a un contingente de ‘activos’ al mando de Juan Gómez. No obstante, la victoria fue de los cimarrones, como se denominaba a los esclavos insurgentes. El bando vencedor emprendió rumbo hacia los Montes de María, donde, conforme a tradiciones aprendidas del entorno de que eran originarios, construyeron fortalezas de madera, de esas a las que por aquí les decimos ‘empalizadas’. Así nació San Basilio de Palenque. Un intento de ‘reconquista’, esta vez por las huestes del gobernador Jerónimo de Zuazo y Casasola, irónicamente reforzado con algunos africanos sometidos, replicó los resultados de la experiencia anterior. Lejos de amilanarse, Benkos y los suyos conformaron una suerte de ciudadela militar con un guía espiritual al frente, comunidad en permanente crecimiento gracias a la incorporación regular de nuevos rebeldes emancipados.

Entretanto, las fuerzas encabezadas por Biohó iniciaron una campaña cuyas iniciativas incluyeron asolamientos a cultivos y asaltos al ganado que pastaba en proximidades de Cartagena. Incapaz de vencerlos y preocupado ante los avances de que eran protagonistas, Zuazo y Casasola propuso un tratado de paz a los cimarrones, iniciativa que sólo pudo verse cristalizada en 1613, tras ocho años de la oferta inicial. Los ‘indultaron’ y les permitieron circular libres, siempre que se comprometieran a cesar las hostilidades, a no incrementar la población de los palenques y a abstenerse de promover los ánimos libertarios entre esclavos.

Por desgracia —y como una desvergüenza achacable a la memoria de un tal García Girón, gobernador de Cartagena— Benkos, que solía pasearse muy elegante por las callejuelas de La Heroica, fue traicionado, apresado y ahorcado bajo acusaciones de embustes y de sedición. Ocurrió en marzo 16 de 1621. ¡Eternas paradojas! Aún hoy, cuando el calendario marca justo cuatro centurias desde aquella fecha, el episodio de Biohó prevalece como una de las primeras deslealtades ‘institucionales’ de que se tiene conocimiento en nuestra historia. Pero también como testimonio de esos héroes capaces de llevar su lucha por la dignidad y la justicia hasta el sepulcro, última y más irreversible de cuantas consecuencias puede haber. ¡Gracias, Benkos!

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