Opinión

No salimos bien parados

Adolfo Zableh Durán

Foto: Hroy Chávez

No estábamos listos para un nuevo encierro, en realidad nunca se está listo para algo así. Pero ya está acá, lleva con nosotros varias semanas y ni idea hasta cuándo se extienda porque cada semana parece haber un nuevo anuncio que genera expectativas y nos mantiene con los pelos de punta; igual que las telenovelas nacionales de antes, cuando solo había dos canales, solo que está vez los protagonistas somos nosotros. Toque de queda, ley seca, pico y cédula, emergencia sanitaria, cuarentena estricta, aislamiento inteligente y selectivo con distanciamiento individual, todo es tan confuso y contradictorio que parece un chiste. Por muy cuidadoso y respetuoso que se sea, sale uno a la calle y termina multado sin saber por qué. 

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Pero el punto es que no hemos sido cuidadosos ni respetuosos. Al comienzo el miedo nos dominó y nos encerramos en la casa, pero al poco tiempo, cuando el desespero empezó a reinar y las cifras a bajar (y el hambre fue más fuerte que el instinto de supervivencia) salimos a las calles desbocados, convencidos de que lo peor había pasado. Peor aun, cuando anunciaron que ya había vacuna, que coincidió con la llegada de diciembre, 

nos lanzamos a viajar y a reunirnos como si el virus fuera cosa del pasado. Vacaciones, novenas, fiestas clandestinas, la vida siguió su curso porque jurábamos que el peor año de nuestras vidas ya estaba de salida. Pudieron aplazar los Juegos Olímpicos, que es el evento deportivo más grande del mundo y se celebra una vez cada cuatro años, y nosotros no pudimos aguantarnos las ganas de cantar Tutaina Tuturumaina. Somos unos impresentables.  

Siempre había una excusa, una justificación, aun sabiendo que lo que hacíamos estaba mal. “Es que cumple mi mejor amigo”, “No veo a mi abuela hace un año”, “Llevo seis meses encerrado en la casa”, todo valía para quebrar las reglas, aunque la peor excusa siempre era “Yo salgo, pero cumplo con todos los protocolos”, y después aparecían en las historias de Instagram abrazados sin tapabocas con diez personas más. Es que pasarse por la faja las restricciones y salir a la calle es una cosa, pero compartirlo en redes ya no se sabe si es osadía o estupidez. Por muy cínico que suene, si uno la va a cagar, mejor hacerlo en silencio. 

Y está bien que la pandemia nos haya cogido con la guardia baja y que de paso haya dejado en evidencia lo incapacidad de nuestros gobernantes para reaccionar sobre la marcha, pero, ¿en qué momento los colombianos creímos que nuestros políticos eran fatales, pero que nosotros, en cambio, éramos excelentes personas? ¿Qué ocurrió para que nos juráramos mejores seres humanos que los que están en el poder? Si somos iguales a ellos, por eso los reelegimos cada cuatro años; somos irresponsables, torcidos, mentirosos y convenientes, unas joyas. ¿O no se acuerdan, por poner un ejemplo pequeño, cuando en marzo del año pasado declararon cuarentena y salimos a arrasar con todas las existencias de papel higiénico? Brutos y desconsiderados, eso somos también.  

Al Estado la crisis le ha quedado grande y los ciudadanos hemos sido tremendamente irresponsable con el virus, una cosa no excluye a la otra, pero somos expertos para zafarnos de cualquier responsabilidad y culpar a los otros. Y, encima, nos debatimos a conveniencia entre la autodeterminación y el control: cuando necesitamos ayuda pedimos la intervención del gobierno, pero nos quejamos si sentimos que se nos está metiendo demasiado al rancho. Exigimos libertad y cuando nos la dan no sabemos cómo usarla. 

Y no estoy hablando de unos colombianos extraños que viven por allá lejos, me refiero a nuestros amigos y vecinos, familiares y gente que queremos y conocemos. Eso de que entre todos nos cuidábamos era una frase vacía, más un eslogan de campaña publicitaria que cualquier otra cosa, porque también ha pasado que quien sale bien librado del coronavirus retoma su vida como si nada porque sabe que es difícil que le repita en un tiempo; si se contagian los otros, de malas. Nos creemos buenos porque queremos a nuestros padres y a nuestras mascotas y pagamos impuestos, pero eso no tiene gracia, no es ninguna virtud ni hace especial a nadie. Vista la situación en la que estamos, la verdad es que podemos ser personas horribles. 

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