Opinión

Un nombre para esta era

(Andrés Ospina)

A veces uno amanece optimista y se inclina por creer que a nuestra especie le espera un porvenir. Nos atrevemos, entonces, a soñar con días distintos a estos. Inevitable cuestionarse, en caso de que haya futuro, cómo habremos de etiquetar el capítulo de los tiempos que hoy transcurren. Tal como los ‘del Cólera’, los del apagón, la mal llamada Violencia bipartidista, la patria boba, el proceso 8.000 o ‘el revolcón’ aluden a periodos específicos, resulta razonable considerar que un momento tan singular como este ya amerita un nombre épico que lo fije a perpetuidad en el recuerdo y le confiera relevancia en nuestro repertorio de nostalgias.

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Triste sería que 2020 terminara reducido por cuenta de nuestro escaso gusto y nuestra falta de ingenio a la hora de bautizar acontecimientos memorables al ‘año del COVID’ (o de ‘la COVID’, como le dicen ahora). Por demás, las identidades tipo Y2K son poco literarias y más dignas de androide de Star Wars que de un lugar prominente en el vocabulario. Distinto sería si estuviéramos hablando de ‘la peste negra’ o de la ‘gripe española’, dolencias cuyas denominaciones en castellano ya son, con el debido respeto a quienes las padecieron y al sufrimiento humano, poesía inmunológica. Las enfermedades posmodernas, identificadas con siglas, resultan impersonales y aburridas, como impersonales y aburridos son los meses actuales.

Las opciones obvias para bautizar a 2020 tampoco seducen en demasía. De seguro muchos habrán de referirse a este año, cuya agonía empezará en breve, como el de la reinvención. “¿Y tú? ¿Qué esperas para reinventarte?”, continuarán balbuceándose al espejo a la vuelta de unos lustros. O peor todavía… el año de los protocolos, del aislamiento social inteligente, los webinars (expresión horrenda esa), los videotalleres y los cursos virtuales. Darle, pues, apodo o nombre de pila poniendo a 2020 en términos de una sola palabra que lo aglutine, no funciona.

Apelo, como compensación, a los conceptos y a las preguntas que lo caracterizan. ¿Serán las fechas en avance rememoradas como las de la conciencia acerca de las vulnerabilidades propias refrendada? ¿Serán las de las redes sociales histéricas y las de la misantropía desenfrenada como consecuencia del confinamiento? ¿Serán las del autoritarismo floreciendo en sus distintas expresiones de labios de innumerables líderes que muestran el peor de sus rostros? ¿Serán las de la paranoia y las teorías conspirativas, ciertas o falsas, porque muchos no sabemos qué creer? ¿Será en efecto el apocalpisis o el comienzo de una suerte de tecnocracia totalitarista que habrá de reducirnos a lacayos a expensas de un tirano y de una cadena de espionaje y explotación insertada en nuestra dermis y conectada con las redes 5G? O mejor, y sin dejar que se desboque la ‘conspiranoia’, ¿será 2020 el año del Zoom, del Google Hangouts y el de la aplicación CoronaApp? ¿Será el de los domicilios o la era del Rappi?

¿Para qué desgastarnos con el futuro si estamos tan saturados del presente? Quizás el destino de este instante histórico sea, como el de casi todo lo presente, rendirse al dictamen de lo efímero. O quizá 2020 se convierta en otro de aquellos incidentes con que uno quisiera engrosar la memoria de olvidos selectivos o darles ‘delete’. Pero lo cierto es que ahora y siempre estamos al arbitrio de la suerte. Y no hay expresión, término o remoquete que cambien lo anterior. Hasta el otro martes.

 

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