Justo en uno de los momentos más calientes del partido, cuando las puertas se cerraban y pasaba Indiana Jones o el sombrero, pero no ambos a la vez; cuando se estaba secando el cemento de los ladrillos que el Deportivo Pasto supo instalar con dedicación a lo largo de todo el partido, descuidando un poco eso de buscar el gol en el arco contrario, pero haciendo una labor impecable en torno a proteger a su buen arquero Neto Volpi, justo ahí apareció Santiago Montoya.
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Carrillo, casi tropezando, alcanzó a enviar un centro al área y aún es increíble ver que Montoya cabeceó tan bien, como un 9 de área, siendo que esta no es su especialidad. Por primera vez en el encuentro la dupla Figueroa-Perea (buen defensa Geisson Perea, activo en los cierres y con personalidad. Es un zaguero que se está especializando en hacer imposible para el delantero moverse por cualquier parte del área) perdía el duelo. Y nunca más volvieron a pestañear pero ya fue tarde.
Montoya abrió sus brazos al cielo y por fin pudo liberar tanta presión reprimida en los últimos tiempos. Su nombre, durante mucho tiempo, se convirtió en “rumor de buen fútbol” como dice Tito Puccetti. Se hablaba mucho que en el fútbol argentino había un muchachito que la rompía en All Boys, el equipo blanquinegro de Floresta, y en efecto así era: Montoya, jugando como un 10 tradicional, empezó a sonar. Después de varias vueltas en las que incluyó a Brasil y Portugal como destino, llegó al Tolima y fue figurón. Su problema era el físico y las lesiones: parecía no tener un tanque amplio como para aguantar los 90 y caía con frecuencia en la enfermería. Pero en cuestiones de talento, sobradísimo de lote.
Por eso llegó a Millonarios, a pesar de que casi no fue posible, un poco por cuenta de Gabriel Camargo y otro tanto porque el Junior estuvo muy cerca de quedárselo. Al final entró en el negocio que el club azul hizo con Rafael Carrascal y terminó pisando Bogotá, donde lo esperaba un club que venía de ser campeón, que necesitaba un par de refuerzos para defender el título y hacer una buena Copa Libertadores.
Fue el instante en el que el sol le dejó de alumbrar a Miguel Russo en el banquillo y cada partido parecía ser un inconveniente. Montoya comenzó ahí su historia: en un equipo que no se encontraba nunca a pesar de que poquísimo tiempo atrás era un bloque consistente y terminó contagiándose de esa inseguridad. Para colmo de males, en una noche maldita ante Jaguares en Bogotá quiso enviar un centro al área y se quedó frenado en el campo antes de derrumbarse por completo. El dolor y las manos sobre la cabeza dejaban ver que el buen Montoya iba a estar por fuera mucho tiempo: el ligamento cruzado de su rodilla le dijo basta.
Fue sufrir y sufrir desde afuera, en las terapias y en la recuperación y tratar de volver a ser el mismo del que se habló cuando estaba en All Boys. Fue pelearla durísimo cada noche para encontrar una respuesta a tantas preguntas que se suele uno hacer cuando está en la mala. Fue creer y volver. Y pensar en competir en un mediocampo en el que ganarse un puesto es difícil.
Entró para reforzar la idea ofensiva de Millonarios el sábado en reemplazo de Marrugo, a quien asfixiaron en marca. Y aunque desde la tribuna algunos cuestionaron la modificación, la duda apenas tuvo cabida 60 segundos. Montoya apareció y le dio a Millonarios un gol clave. Y ese cabezazo a él le dio su propia revancha.