Esta historia puede ser su historia. Como muchos (incluso es un tema de inspiración de unos muy buenos memes) jugué fútbol, mucho fútbol, en mi juventud y/o años mozos. Y sin ser viejo aún, siendo adulto cuarentón en buenos años, pulvericé los cartílagos de ambas rodillas por el exceso de deporte del que hice uso en esas épocas maravillosas. Al son de eso me gané una artrosis degenerativa que me llevó a un sedentarismo que conllevó a un sobrepeso que, para mí, era ya vergonzoso.
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Y bajo la excusa mediocre de “Es que estoy gordo porque no puedo hacer deporte por culpa de las rodillas, pero cuando era joven fui muy deportista” es que escudaba la pereza de no querer hacer más por mi condición física y mental. Y es así como la farra, la cerveza, el guaro y el comer y comer al son del desorden alimenticio conllevaron a que hace un año, una máquina que mide (no sé cómo, pero lo hace) la edad metabólica, dijera que mi cuerpo tenía la edad de 81 años… ¡81 años y 106 kilos! Una vergüenza.
O reaccionaba o terminaba no sé dónde al ritmo de la gordura. Pues bien, mis opciones eran pocas. Fútbol ni modo; trotar, menos; bicicleta, solo en terreno plano… O era natación, que me parecía que tenía mucha logística en cuanto a ir, el traje de baño, la gafa, el gorro, la toalla, no, mucha cosa, o el gimnasio.
Y en el tema gimnasio siempre tuve mis prevenciones y taras. Para empezar, el hecho de hacer deporte en espacios cerrados. Luego el tema del esnobismo. El manejar la pena de ser gordo y llegar a un lugar donde todos son “apolos” y sílfides. Por último, la cuestión del contar con profesores y/o instructores que tuvieran compromiso, comprensión y no vivieran pendientes de las viejas buenonas…
Esas eran mis prevenciones. Pues bien, me decidí, fui a una clase de cortesía, me hice un lavado de cerebro a punta de convencerme de que este era un asunto de disciplina y aptitud. Fui un día, fui dos, una semana, un mes e ingresé en el carril fit. Ya era mi mundo.
Di con un lugar en el que el ambiente es muy bueno y nadie vive pendiente del otro. Hay humildad, hay sencillez y, lo mejor, hay un equipo de entrenadores que manejan esos parámetros y que son profesionales, buenas personas y están pendientes de uno. En cuanto al tema rodillas ¡estaba muy equivocado! El gimnasio, con sus sesiones y ejercicios, se adaptó al tema de las rodillas. Cada día se convirtió en una meta. Arrancar fue difícil, adaptar de nuevo el cuerpo y la mente fue un gran reto, pero cuando lo logré, sentir de nuevo el ejercicio, el esfuerzo, esa sensación de placer con dolor, la cosa se me convirtió en una actividad prioritaria en mi vida. El día que no voy, me siento mal; cada día que voy, soy un ser que se siente mejor.
Hace un año me metí en este rollo. Hoy tengo 10 kilos menos, mis rodillas están agradecidas por esto y por la fuerza que tengo, he cambiado grasa por masa muscular, mi mente se siente bien, mi cuerpo luce distinto, la ropa que estaba archivada volvió, lo que antes iba camino a ser XXL, hoy es XL e incluso L. Mi edad metabólica está en 46 años y, la verdad, me siento, repito, fuerte, muy fuerte.
No soy un “nazi fit”, no me he vuelto vegano, no ando con una máquina para medir porciones, no quiero cambiar a la gente ni nada de eso en cuanto a comida y su mundo. Incluso no he dejado bellos gustos como la cerveza, la hamburguesa, la sagrada empanada o la pizza. Simplemente le he mermado al rollo.
Soy consciente de que me falta mucho. Aún tengo barriga, más no la megabarriga de antes. No quiero ser un Arnold Schwarzenegger, no quiero ser un “macancán” que es talla XL y usa M para denotar más ego y músculo, no; simplemente quiero verme bien, sentirme bien y ver que sí podía con este reto de volver a hacer deporte y estar mejor. Es solo eso, lo fit, lo resumo así, lo “nazi fit” y el no hacer nada por uno son los planos de la jartera y la pereza. Es cuestión de disciplina y fortaleza mental.
- D.: Aprovecho este espacio y hago la cuña para decir que el gimnasio al que asisto es Podium Fit, calle 34B n.° 65D-71, en Medellín. Cel: 3128935673. Instagram: @podiumfitmed