Opinión

La traición de Panenka

Bendix Parra. Ese nombre no se me va a borrar nunca de la mente y ya hay una especie de obsesión en torno a su figura. Y me conduelo por él, porque la suerte quiso voltearle la espalda. Porque su momento único terminó teniendo ese carácter, aunque seguramente no como el buen Bendix lo pensaba; era imposible suponer que su cobro en la definición por penales del juego La Equidad-Independiente de Campo Grande se hiciera legendario por haber sido uno de los peores penales disparados desde que el fútbol tiene reglas.

Se puso frente al balón y quiso ser Antonín Panenka. Es decir, trotó hacia la pelota y al impulsar el pie supuso que picando suavemente la bola haría que Diego Novoa, portero de La Equidad, se acostara antes en el suelo eligiendo un costado mientras el gol se iba pintando en su boca cuando el balón diera vueltas inocentes a media altura ingresando por el centro del arco. El checo Panenka corrió ese riesgo en la final de la Eurocopa de 1976 ante Sepp Maier, uno de los mejores arqueros de la época y campeón del mundo con Alemania en 1974, y ganó. Se dio la vaselina ante guardameta jugado y arco vacío; Bendix no consiguió la dicha: le metió el puntazo a la pelota por debajo, pero sin fuerza, ni convicción, tanto que el arquero Novoa, incluso ya jugado, simplemente y de rodillas, le metió el pecho a la pelota que iba casi a ras de suelo.

Me duele Bendix. Me duele pensar en ese instante y en la cara de reproche de sus compañeros en la cancha –donde por más ánimo ante un penal errado en una serie está la rabia interna del que vio cómo un correligionario dilapidó el esfuerzo de los demás con un remate tan dócil y tan poco ensayado–; me duele pensar que él debió soportar ese video que ya lo hará inmortal, pero de la manera que nadie quiere. Me duele verlo en la sala de espera, regresando a Paraguay, pensando en las opciones que pudo tener para patear de forma distinta aquella pena máxima.

Porque todos –hasta yo, el rey de los troncos del fútbol– nos quedamos alguna vez insomnes pensando en los miles de finales hermosos que tuvimos en la mano en una cancha, pero que los desperdiciamos por una toma de decisión equivocada; le pasa al arquero que sale a destiempo por un córner y que ya no cuenta con tiempo para regresar a portería; al zaguero que decidió cruzar la pierna con tal que el delantero rival no la tocara, pero marcó autogol en pos de evitar lo inevitable; le pasa al delantero: imagínese a Robben después de la final de Sudáfrica. ¿Y si hubiera pateado antes de que saliera Casillas? ¿Y si hubiera tirado un enganche largo para descontarlo? ¿Y si la hubiera picado a lo Panenka viendo que Casillas ya estaba inclinándose a un costado?

Ahora piense en Bendix, en ese pequeño drama personal que lo acompañará siempre por haber sido ‘el que no’. Por haber sido el que se pifió por sobregestión. Para consuelo de Bendix, pocos han logrado tal perfección cómo la de Panenka: de pronto el ‘Loco’ Abreu ante Ghana, pero el error ante ese cobro siempre será más visible: a Mayer Candelo le tocó vivir el trance en plena final del torneo chileno y a Javier Araújo durante la gran final Nacional-La Equidad en la que Pezzuti se vistió de héroe. A Francesco Totti, a Pirlo y a Neymar. Y al mismísimo Cantona, en el que podría ser el segundo peor penal pateado a lo Panenka, una noche de Copa de Francia en la que, por ese error, el Burdeos quedó por fuera del torneo.

Seguiré buscando a Bendix Parra y esperaré su próximo reto desde los 11 metros. Seguro pateará fuerte y al ángulo y lo celebraré con él a kilómetros de distancia.

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