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¡Demasiado!

Palabra horrible aquella del ‘demasiado’ cuando la emplean mal. ¡Demasiado desagradable! No sé si ando demasiado obsesionado, pero lo cierto es que cuando oigo un ‘demasiado’ equivocadamente utilizado, tiendo a sulfurarme demasiado. ¿Estarán demasiado desinformados, o acaso demasiado influidos por la presión grupal quienes la pronuncian en demasía? De sólo pensarlo siento demasiadas náuseas. Si lo anterior les parece demasiado, imagínense las implicaciones de esta reciente saturación de demasiados ‘demasiados’ para quien piensa demasiado en ello.

Una explicación: de unos años a hoy, y con demasiado ahínco, en determinadas regiones de Colombia ha venido propagándose la costumbre de emplear el adjetivo ‘demasiado’ cual si fuera sinónimo de ‘muy’. Se trata de dos vocablos en ningún modo sinónimos. ‘Mucho’ alude a abundancia. ‘Demasiado’, a exceso. Para remitirnos a un ejemplo comprensible, Mariana Pajón, orgullo nacional por cuyas conquistas profeso total admiración, suele manifestarse al término de cada competencia ‘demasiado feliz’ dado lo ‘demasiado bien’ que le fue. Lo mismo ocurre con algunas celebridades, quienes saludan a su fanaticada mediante un inconsistente “los quiero demasiado”. O con aquellos padres orgullosos que no desperdician ocasión de recordarle a su vástago lo “demasiado inteligente” que es.

Perdonarán si voy tornándome demasiado insoportable, pero aclararé el porqué de mi neurosis verbal, quizá demasiado absurda: ocurre que la ya demasiado mencionada palabra de ‘demasiado’ tiene como única función admitida en el castellano aludir a una condición de exceso, de cuantía inconveniente o quizá sospechosa. Es decir: en cualquier caso a algo indeseable y molesto y no a algo venturoso ni digno de atesorar. Por tanto es consecuente con el rigor jamás usar el ‘demasiado’ en alusión a sumo bienestar.

Por implicar desbordamiento, el ‘demasiado’ funciona como reproche. No como halago. Eso lo sabían quienes inventaron el ochenterísimo slogan de la colonia Denim: “Para hombres que no necesitan esforzarse demasiado”. Podemos decir que “está haciendo demasiado frío” si andamos al borde de la hipotermia, pero no celebrar el verano con un “qué bueno. Hace demasiado calor”. Alguien puede ser ‘demasiado incumplido’, porque su grado de impuntualidad es aberrante. Un individuo puede resultarnos ‘demasiado amable’ si ostenta un carácter empalagoso o una afabilidad que, por lo desmedida, despierta sospechas. Pero no puede irnos ‘demasiado excelente’ ni es sensato honrar a alguien aludiendo a lo ‘demasiado buena gente’ que es porque lo primero sería una sobreabundancia de bienestar lindante con la suspicacia y lo otro una acusación expresa de hipocresía que más bien suena a reclamo. ¿Demasiado difícil?

Durante mucho tiempo he intentado mantener mi particular neurosis oculta, lo que, ustedes ya imaginarán, ha sido demasiado para mí. Pero uno de aquellos videos recientes difundidos de manera viral me alteró demasiado al contemplar a una joven demasiado molesta, y en apariencia demasiado derechista, quejándose demasiado de las manifestaciones de docentes y para rematar ufanándose de su asistencia a un evento con gente “demasiado pila” y que gana “demasiada plata”. ¡Demasiado preocupante! ¿No?

El espacio se va acabando, y considero que ya he hablado demasiado de la utopía de desterrar de estas tierras el ‘demasiadismo’, demasiado unido a la identidad nacional. Yo, que prefiero no hacerme ‘demasiadas expectativas’, porque estas suelen ser la antesala a ‘demasiada decepción’, no aspiraría a tanto. Me conformaría con que algún día, ojalá no demasiado lejano, aprendiéramos a no abusar del ‘demasiado’. ¿Será demasiado pedir?

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