A diario la vida nos habla con onomatopeyas. Onomatopeyas que desde cualquier territorio del planeta retumban en forma de ‘cataplum’, de ‘pum’, de ‘bum’ y de estruendos conocidos y por conocer. Onomatopeyas de paletero fanfarrón que sólo hace ‘tilín-tilín’, pero nada más. Onomatopeyas de las unas y onomatopeyas de las otras.
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Antes de seguir espantando a los honorables lectores con tan poco agraciada palabra, una explicación: llamamos ‘onomatopeyas’ a aquellos términos inspirados en sonoridades reales, cuya musicalidad al ser pronunciados pretende replicarlas. Onomatopeyas son el ‘oink-oink’ porcino, el ‘guau-guau’ canino y el ‘bla-bla’ humano. También el acuático ‘glu-glu’.
Hay onomatopeyas melodiosas y onomatopeyas burdas. Un ‘cuchicheo’ es carrasposo e imprudente. Un ‘susurro’, sutil y aterciopelado. Está el ‘chispúm’ –o ‘chispún’– de aquellas canciones tipo mini TK de antaño. También el ‘chucu-chucu’, propio de los géneros tropicales. Y, por supuesto, el insistente y rítmico ‘t-ts-t-ts-t’ que determinado compañero de buseta solía zumbar mientras marcaba con un anillo y contra la barra del vehículo el tempo fuerte de algún éxito de Pastor López. O el festivo y ‘platilludo’ ‘racatapunchinchín’ del Polvorete.
De las nacionales, existen muchas destacables. Como el costeñísimo ‘purrundún’ o el resbaloso ‘zuáquete’. Como los nariñenses ‘achichay’ y ‘achichucas’. Como el ‘chin-chin’ de algunos beodos al entrechocar sus vasos plásticos. O como el libidinoso ‘poñoñoing’ alusivo al levantamiento involuntario del asta viril. Entre los usos ingeniosos de la onomatopeya concebidos en estos contornos cabe resaltar a manera de anécdota aquel que hizo un titulador de El Caleño, diario sensacionalista de la capital vallecaucana, quien para introducir la historia de cierta víctima de homicidio con arma de fuego en una panadería, tituló: “Fue por PAM y le dieron PUM”.
¿Algunos otros? Está el ‘rin-rin-corre-corre’, deporte bandera de jovencitos traviesos durante años ya lejanos, consistente en adherir gomas de mascar a los timbres de viviendas y emprender la fuga. O la famosa invocación a ‘Hugo’, proferida por quienes, tras desmesurada ingesta etílica, se ven abocados a depositar la mitad de sus sistemas hepáticos en el escusado. De los internacionales, imposible no mencionar el ¡plop! de Condorito y los consabidos ¡splash!, ¡boing! y ¡bang! de Batman y Robin en su versión televisiva de los 60. También el jubiloso ‘yupi’, que hasta para marca de snacks dio, primo hermano del anglosajón ‘yahoo’.
Ahora bien: en estas eras de majaderías globalizadas, incluso las más tradicionales onomatopeyas han venido extranjerizándose. Hasta hace un par de lustros las parejas no hacían ‘click’, a nadie se le ocurría caerse o remarcar algún error con un amanerado ‘whoooooopsss’ ni mucho menos manifestar su repudio mediante algún asqueado ‘iuuu’. Décadas atrás no se oía por estos lados el agudísimo y victorioso ‘¡uuuuuuuhhhh!’ típico de presentadores de magazín de mediodía al manifestar alegría. Por entonces todo era ‘cataplán’, ‘juáquete’ y ‘guácala’, o, en el más licencioso de los casos, ‘guácalas’.
Para fortuna patriótica, las onomatopeyas locales parecen reverdecer. Quienes no crean, bien pueden dar un vistazo al “epa, la arepa” de reciente cuño, al traidor y risueño ‘jep-jep-jep’ que doloroso resuena por las filas del Centro Democrático, o escuchar las ‘pa-pas’ explosivas que de nuevo crujen. Si bien los casos no se agotan, el espacio y los minutos –que ya van condenándonos con su amenazador ‘tic-tac’– sí. Así pues, me esfumo, no sin antes reclamar mi merecido ‘clap-clap’. Hasta el otro martes.