Columnas

Juegos peligrosos

“Golazo, por favor… ¿La zurda? ¡La única izquierda que este país verdaderamente ama!”.

Esa fue la frase de Eduardo Luis López antes de comenzar el juego entre Millonarios y Nacional, donde hizo las veces de narrador. El marco de aquella sentencia fue un gol de James Rodríguez al Wolfsburgo que, lógico, fue marcado de zurda y él, mientras comenzaba el encuentro, lo relató de esa manera a la hora de hacer el resumen de las actuaciones de los colombianos en el exterior. La pregunta que me surgió viendo la escena fue simple: ¿cuál es la izquierda entonces que el país verdaderamente odia, de acuerdo a Eduardo Luis?

Politizar el fútbol. Suena a mala idea porque justo, ante el profundo hastío que generan los discursos de los líderes de izquierda y derecha causantes de la extrema polarización e intolerancia en cada terreno de la opinión, se supone que la cancha es un lugar sagrado como para ensuciarlo con esas opiniones personales que poco aportan en lo que queremos ver en ese momento: el juego, el resumen o los goles.

Alguna vez acá lo hablamos en su momento y en otros espacios: la idea de que se cuelen ciertas ideologías en un lugar que parece destinado a encontrar diferencias en otros ámbitos suele ser molesto. Porque –hablo en términos personales– me interesa que el relator y el comentarista me cuenten historias nuevas, datos extraños, movimientos tácticos que tal vez no alcanzo a percibir, como lo hace Miguel Simón o lo hacía Juan Fazzini, por poner un ejemplo internacional. Lo que menos me interesa saber es a qué facción política pertenecen y que, para completar, lancen alguna apología evangelizadora o que promulgue divisiones.

Quienes han ensayado hacer uso del deporte para estos fines también la han pasado mal, no por tener una ideología política –lo que está perfecto, sin importar si es derecha, izquierda o centro–. Pasó cuando el exalcalde Gustavo Petro recibió ayuda de barras de equipos bogotanos en un momento complejo de su administración. De hecho, la Fifa ha hecho manifiesto su malestar ante las posibilidades de mostrar mensajes de esa índole.

No muy lejos en el tiempo recordé algún incidente que tuvo Juan Carlos Morales, relator argentino, en tiempos del Mundial del 82. Era la guerra de las Malvinas y los argentinos no tenían muy claro qué estaba pasando con sus soldados. La junta militar expedía partes positivos y en el mundo, el cubrimiento apuntaba a la superioridad inglesa aplastante ante una tropa que había ido a la guerra sin tener ganas de pelear. A Morales le dieron la orden de transmitir el juego entre Alemania e Inglaterra, con la condición de que nunca jamás, en los 90 minutos de encuentro, podía nombrar el país Inglaterra o su gentilicio, por ser el ‘enemigo público’. Un absurdo gigantesco.

Morales, en entrevista a canchallena.com explicó lo que sintió aquel día en el que el fútbol no lo fue, sino una arenga detestable: “Fueron 90 minutos insoportables, sumados a que el partido fue muy malo y terminó 0 a 0. Algo inaudible. Yo me las rebuscaba y decía: ‘Atacan los de rojo’ o ‘los rivales de Alemania’, y a lo mejor hasta se me escapó un ‘los piratas’. Una cosa totalmente desnaturalizada, ilógica. Fue una barbaridad transmitir un partido sin nombrar a un equipo. Una tontería. Una comedia. Se podría haber obviado aquella transmisión”.

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