Somos eso: un lugar plagado de malas costumbres. Nos hemos enseñado a negar lo evidente, a decir que nada ocurrió a pesar de que las pruebas en contra nos incriminen. Estamos rendidos ante un modelo de extraña realidad paralela en la que asumimos que nuestra verdad, o la que queremos hacer notar, es la verdad de lo que ocurrió, de facto, sin que valga otra versión de la historia. Con un solo tipo que considere viable el escenario de tapar el sol con un dedo y que esté plenamente convencido de que su verdad es la verdad real, así él mismo tenga claro que su verdad es falacia en estado puro, indica que estamos jodidos.
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Porque aquel que se quiere defender ante lo indefendible siente que es capaz de engañar mentes inferiores como las nuestras. Y que tal vez, si se esfuerza un poco más, si insiste en sus argumentos que van en contravía con lo que nuestros ojos vieron, será capaz de salir indemne del oprobio que merecería si es que nos ceñimos a su verdadero accionar.
De verdad que hay cosas que ofenden. Mi padre decía que una cosa era tener cara de idiota y otra bien diferente serlo, pero parece que esa diferencia no la comprendió este sábado en medio de la suave brisa vallecaucana el jugador Julián Zea, integrante de la plantilla profesional del Deportivo Cali. Zea, con desespero, intentaba con sus demás compañeros volverle a dar estabilidad al timón del barco que se iba extraviando con el empate del equipo que los fue a visitar, el modesto Atlético Huila. En algún instante Zea quiso creernos idiotas.
Porque pocas veces hubo una patada más malintencionada que la que Zea le dio a su colega y rival Andrés Amaya, del Huila. Más mala leche. Si se quiere, más cruel en los últimos torneos en los que además bastantes patadas se ven. No, la de Zea es una pieza de culto en cuanto a entradas criminales y arteras, a jugadas que deberían hacer parte de un código penal futbolístico. Porque Zea, al ver que Amaya se le escapaba, se lanzó por los aires como si fuera un personaje de Mortal Kombat. Se mandó sin asco buscando hacerle un fatality de esos que duelen y lo consiguió. Su zapato dio pleno a la altura del costado de la rodilla y Amaya cayó como si le hubieran disparado. No con una pistola: lo de Zea fue un bombazo de tanque de guerra sobre la pierna del afligido Amaya, que debió abandonar la cancha.
Cuando por fin pudimos quitarnos las manos de los ojos para ver cómo había quedado Amaya luego del choque, la imagen siguiente fue detectar a Zea, el perpetrador, con manos abiertas, cara de yo no fui, diciendo que no había hecho nada. ¿Que no había hecho nada? ¿De verdad nos crees tan imbéciles, Zea, a los que estábamos viendo el juego por TV y a los que estaban en el estadio de Palmaseca? ¿Supones que, en verdad, ese acto criminal fue nada?
La falta descalificadora mereció tarjeta roja y debería tener una sanción dura, durísima. No se puede jugar así al fútbol, de verdad, a partir de las malas artes como método de defensa.