De pronto Dinenno decidió matar la pelota, levantarla a la altura de su cara y de repente metió una voltereta tremenda, una chilena extraordinaria que dejó a James Aguirre más que desairado, sorprendido por la posibilidad de repentización de su verdugo. Ni en las curvas se veía venir ese volantín que significó el mejor gol –hasta el sábado en la noche– de la primera jornada del fútbol en Colombia.
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Supuse que puede ser uno de los mejores goles que haya visto el estadio Palmaseca desde su apertura. La ventaja de ser un escenario joven, aunque el hincha del Deportivo Cali tendrá mayores certezas de cuál fue el tanto más lindo que se ha visto allí. Así al rompe, creo pensar que hubo una sola jornada en la que un mismo futbolista hizo dos piezas extraordinarias de belleza, las más lindas que recuerde en ese campo –espero aportes, cómo no, y la discusión está abierta–: fue en un clásico Cali-América en Palmaseca. Martín Morel se mandó en 90 minutos un gol muy al estilo del de Dinenno y otro en el que viendo a Nelson Ramos salido de su portería le envió un obús de 50 metros que condujo al argentino a ser el gran héroe de ese partido ganado por el Cali ante su acérrimo rival, con humillación incluida: 6-3.
Entonces me puse a pensar en cuál sería el gol más bonito visto en cada estadio del país. Tarea más que complicada porque muchos de los que pudieron ser golazos nunca los vi. Cuento apenas con las herramientas de mis recuerdos, cada vez más envilecidos y envejecidos. Me acordé del Metropolitano y de un Junior de Barranquilla famélico e incapaz de haber hecho una campaña medianamente decorosa en 1990, pero a pesar de esa campaña tan pobre, recordé a Carlos ‘el Motorcito’ Hernández. Era un volante 10 que surgió del Unión y que pasó al Junior sin gran éxito. Una tarde con escasos testigos de la hazaña, ‘Motorcito’ aprovechó que José María Pazo rechazó un córner al costado y ahí tomó el balón. Recorrió por lo menos 70 metros y descontó por lo menos a cuatro jugadores de Santa Fe. Y en el momento que salió a atorarlo el portero uruguayo Carlos Arias, Hernández se la cruzó con fineza al segundo palo. Fue Maradona sin hinchas lo de ‘Motorcito’. Difícilmente alguien evoque ese golazo. Bueno, y otro visto allí, el que alguna vez cité en esta misma columna: un gol de rabona de esos que podrían reconciliar a cualquiera con el fútbol hecho por el mendocino Juan José Meza durante un clásico Junior-Sporting.
En Cali, pero en el Pascual, se me vienen dos siempre a la cabeza: uno de Martelotto, sacándose gente como si fueran conos de entrenamientos y definiendo de sombrerito frente a Mario Jiménez en un Cali-Caldas y otro de Gareca, de perfecta chilena, contra Pereira. En Pereira pensé en un tanto olímpico de William Rico y en el de Maradona en un amistoso. En el Alfonso López una chilena del ‘Rambo’ Sosa. Y en Medellín en el imán de la ‘Gambeta’ Estrada contra Nacional y en el bombazo de Usuriaga ante el despistado Zeoli contra Danubio.
En Bogotá aún no he llegado a una definición. Vi muchos goles hermosos allí, y no me defino del todo. La cabeza no me va a dejar dormir porque pienso en Cúcuta, en Neiva y en todas las plazas.
Mi mente encontró un nuevo problema en la vida.