Resulta tristemente habitual escuchar a las personas hablar de sus deseos, sueños y metas desde una posición de víctima o de carencia, de inmensa y a la vez limitante necesidad, casi como tratando de generar un poquito de lástima a la vida para que les dé eso que desean.
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“Me gustaría tal cosa… Qué bueno sería tener un poquito más de tal otra…”, o tratan de minimizar sus metas con diminutivos: “un trabajito, una platica, un viajecito…”, y esa actitud solo logra minimizar el espíritu de la persona que lo dice, es como matar un sueño antes de que nazca. Dejemos algo claro: eso no es humildad, es derrota pura.
Cuando las personas piensan en todo lo que creen que les hace falta, están realmente, en primer lugar, haciéndose los ciegos frente a todo lo que tienen, a lo que los rodea y permite que tengan la vida que tienen, poco o mucho. Sin duda hay alguien en este momento que desearía tener tu vida, tener todo lo que tú tienes y ves como poca cosa, y si te descuidas, puede que lo consiga. Y en segundo lugar, cuando están enfocados en lo que creen hace falta en sus vidas para que sea mejor, solo crean mayor necesidad de eso y, por ende, mayor carencia. No hay forma de salir de un hueco abriendo otro, la vida se pasa muy rápido mientras esperas decidirte a vivirla, y el mundo está cambiando tanto y a tal velocidad que no espera.
Y no quiero decir con esto que el mundo sea perfecto, claro que hacen falta cosas, pero no las que creemos necesitar o nos imaginamos gracias a ciertos paradigmas sociales o culturales que nos han tratado de imponer. Al ver las crisis sociales que viven nuestros países (y este comentario es realmente muy triste dado que sin importar el lugar del mundo desde donde lo leas aplica también para tu país), se hace evidente que hemos tenido un serio problema de enfoque. Como sociedad nos quejamos, salimos a las calles, criticamos, pero poco hacemos desde nuestra cotidianidad para cambiar las cosas… y lo mismo pasa con nuestra vida, criticamos lo que no nos gusta, nos aferramos a esa crítica desde lo que creemos nos falta y, al final, no hacemos nada por cambiar nada.
Es necesario enfocarnos en lo que apoyamos, en lo que nos gustaría ver como resultado, y no en lo que juzgamos como equivocado. No hace falta aparentar amor y paz mientras se juzga a los que piensan diferente, hace falta más gente que sea decididamente buena, que respete las diferencias y tenga el valor para aprender de ellas. No hace falta más gente que quiera comprar cosas ridículas para tratar de tener la aprobación de gente a quien ni siquiera le importa en realidad. Hace falta gente con gustos sencillos, pero que llenen el alma, que disfruten más de una conversación mirando a los ojos que a una pantalla, más abrazar que enviar emoticones, o demostrar lo que sienten en vez de simplemente decirlo a través de una red social.
Hace falta más gente decidida a pensar a riesgo propio, en vez de pretender que un líder político, religioso o social le diga qué debe creer o no; gente que pierda el miedo a amar y que tenga como firme propósito no ser una piedra en el zapato de otros; gente que se atreva a ser todo lo que son, disfrutarlo y compartirlo de la mejor manera posible con los demás… Hace falta que te des cuenta de que no necesitas cosas, otros lugares u otras personas, lo que necesitas es ser tú.