Opinión

TV or not TV

“En Colombia dejamos de hacer buena televisión hace rato”. Con frecuencia oigo a muchos nostálgicos lamentarse así. Atemorizante concepto. En particular cuando los índices de consumo de contenidos audiovisuales por las vías ‘de siempre’ se desploman ante nuestras miradas debido al reinado de nuevas plataformas, propuestas y demás modalidades recientes de entretenimiento en línea.

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Entendible que algunos lo afirmen, saturados de ‘Susos-shows’ y de concursos de talentos que se replican en formatos, propuestas y jurados año tras año. Ello aparte de realities, noticieros amañados y de algunos otros desechos tóxicos vertidos con impunidad sobre el cerebro y la conciencia del indefenso telespectador nacional. Sonará a queja de vejete, pero, ciertamente, en mis años de juventud las cosas solían ser distintas. Bien recuerdo aquella parrilla que por entonces la extinta Inravisión ofrecía, cargada de algunos buenos espejos televisivos para entendernos como parte de esta tierra que habitamos.

Ya de adultos el panorama fue trastocándose de tajo por cuenta de decisiones desacertadas y de la ‘telemundización’ de cuanto nos rodea. Comenzando el siglo XXI fuimos muchos los que en nuestra ingenuidad veinteañera nos equivocamos al adivinar un avance en la implementación de las reglas que desde entonces rigen a la televisión hecha en Colombia. Me refiero a la adjudicación de licencias para canales privados con absoluta autonomía de contenidos y a las modificaciones al anterior esquema público, basado en licitaciones y en una figura hoy inexistente denominada ‘programadoras’, que ante la medida sucumbieron pronto, quebradas.

Algunas aún nos sonarán familiares: Punch, Cinevisión, Promec, Eduardo Lemaitre, Do-Re Creativa, Tevecine, AMD, Programar o Producciones JES, entre varias docenas de estas, marcaban nuestro biorritmo y abastecían de heterogeneidades a los dos ‘veintiúnicos’ canales que había. Cada año todas presentaban un número determinado de propuestas, según unos horarios y contenidos previamente establecidos, de acuerdo con el criterio de expertos, quienes, tras evaluarlas, adjudicaban cada franja a las postoras más consistentes. Dicho mecanismo de selección favorecía un balance algo más digno entre contenido y calidad.

Ahora las cosas se muestran diferentes. Con la mayor rebanada del pastel en manos del todopoderoso binomio Caracol-RCN y los programas a su arbitrio y caprichos desde hace casi dos décadas, es poco lo que podemos esperar de aquellos colosos, regidos por la lógica de las utilidades financieras y renuentes a apuestas propias y arriesgadas. Pero antes de colgarnos de corbata en la antena comunal del edificio, cabe mirar en otras direcciones. Porque aún sobreviven reductos de esperanza.

Quizá quienes afirman que “ya no se hace buena televisión” no hayan dado un vistazo a aquellas producciones que los canales públicos, muchísimo menos visibles que sus omnipotentes pares, nos ofrecen a diario. Allí se oculta un sinnúmero de tesoros audiovisuales y noticiosos dignos de ser observados. Basta con volver los ojos a Señal Colombia, a Noticias Uno o a las muchas y muy valiosas propuestas venidas del seno de la televisión regional o de canales locales para encontrarnos con aquello que hoy tantos inconformes les reclaman a las grandes cadenas.

Termino con reflexión: por el bien de la mente y el espíritu propios, uno no debería dejar la curadoría de los contenidos que recibe por televisión en manos de Caracol o RCN, ni mucho menos hacer de estos su insumo informativo principal. Después de todo, y aunque no lo parezca, aún nos quedan alternativas… ¡por ahora!

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