Opinión

Menos mal que nos queda Portugal

En 1984, la banda de rock española Siniestro Total (de Vigo, para ser bien precisos) grabó su tercer álbum, al que le puso como título el mismo que lleva esta columna.

Un título que le cae de perlas a uno de los rincones más encantadores (y también atípicos) de esta ciudad, que a ratos parece condenada a la dictadura del cemento y a la tala de árboles.

Es el parque República de Portugal. Ubicado entre las calles 58 y 59, y carreras 4A y 4A bis, este parque está ya en una zona de pronunciado desnivel en las faldas de los cerros de Chapinero, en el barrio. En sus apenas dos manzanas de extensión ofrece pendientes muy pronunciadas, pero también una cancha múltiple en el costado sur. Es un lugar arborizado en el que se puede caminar, pasear al perro y, además de jugar microfútbol y básquet, hacer gimnasia en sus barras y aparatos.

Las dos carreras arriba citadas están conectadas por un muy corto tramo de la calle 58, lo que hace que el parque esté rodeado en tres de sus cuatro costados por una vía en forma de U muy alargada que desciende desde la avenida Circunvalar y que vagamente recuerda la mítica curva Loews del Gran Premio de Mónaco. Pero el glamur de este sector de la ciudad no tiene nada que ver con las altas velocidades que despliegan los monoplazas que compiten en el Principado. Por el contrario, este es un lugar muy tranquilo y apacible, casi sin tráfico, a pesar de estar ubicado apenas a dos cuadras de la siempre agitada carrera Séptima.

Pero si el parque es bien atractivo por su belleza, las casas que lo rodean no se quedan atrás, en particular las de sus costados oriental y sur. Allí conviven fachadas de ladrillo a la vista del llamado estilo inglés, con construcciones de estilo español e incluso moderno.

El parque recibió su nombre en los años 60 y durante algún tiempo estuvo abandonado hasta que, ya en la década del 90, Antonio Pinto Machado, el entonces embajador de Portugal, se puso en la tarea de recuperarlo.

Valió la pena ese esfuerzo por recuperarlo y convertirlo en uno de los pequeños tesoros del hoy denominado Chapinero Alto. Su topografía y la arquitectura que lo rodean le dan un sabor muy especial.

Si usted camina por la Séptima a la altura de las calles 58 y 59, le recomiendo que se desvíe dos cuadras hacia el oriente y disfrute de este parque. En una ciudad cada vez más congestionada, caótica, neurótica y pavimentada, uno agradece que aún subsistan estos pequeños oasis de verde y tranquilidad. “Menos mal que nos queda Portugal”.

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