Columnas

Salustiano Tapias

Era la época en que hacer humor en nuestro país era una cuestión de valentía, trabajar mucho para recibir poco y hacer un enorme ejercicio de creatividad. Las temáticas iban del reírse de nuestras regiones, estereotipos y profesiones. Eran los momentos de Operación Ja Ja, Campeones de la risa, Sábados felices y luego Don Chinche. Fue una ola llena de talento y risa que marcó generaciones.

Y es ahí dentro de la nómina de lujo que tuvo Sábados felices con ‘el Príncipe de Marulanda’; ‘el Mocho’ Sánchez; ‘el Topolino’ Zuluaga; Álvaro Lemmon, ‘el Hombre Caimán’, y ‘el Flaco’ Agudelo, entre otros genios, que emergió la figura de otro gran personaje: ‘el Maestro’ o ‘Máistro’ Salustiano Tapias.

Overol crema (a veces variaba el color), con cachucha amarilla de medio lado (por lo regular mal puesta), a veces cambiaba a un gorro de papel periódico tipo “barco invertido”, usaba un balde lleno de pintura y manchado de la misma y la infaltable brocha gorda, muy gorda y poco usada, por cierto. De cuerpo longilíneo, muy pero muy flaco –incluso el overol no le quedaba, le flotaba–, cara de expresión alegre y un bigote tupido e inconfundible. Así era el maestro Salustiano Tapias. Recuerdo que muchas veces se me parecía a Don Ramón en su apariencia física. Tenía un aire, un no sé qué no sé dónde.

Debajo de esa piel estaba Humberto Martínez Salcedo. Un santandereano que no solo se limitó a la actuación. No, también era abogado (de ahí la profesión de su hijo) y fue uno de los mejores locutores de la época en la HJCK, fue profesor universitario, escribió para El Espectador y dirigió Radio Santa Fe, entre otras actividades. En resumidas cuentas, era un tipo versátil, culto, genial y que rompía paradigmas.

Yo estaba muy pequeño y no recuerdo la faceta de locutor de Humberto Martínez, menos aún la de abogado, la que está en la retina de mi memoria era la del ‘máistro’ Salustiano Tapias. Había unas escenas en las que junto al mítico ‘Topolino’ Zuluaga representaban a los clásicos obreros de construcción. Eran muy buenos, uno se reía de lo simple porque ellos, desde la simpleza, creaban talento y por eso hacen parte de los recuerdos que se atesoran. Eso es genialidad.

Y el personaje de Salustiano representaba a ese colombiano que a diario se gana la vida con el sudor de la frente. Ya sea pintando, echando palustre, cemento o pegando ladrillos, era ese obrero que a diario vemos y que ha construido país con honestidad y esfuerzo.

Y así fue la vida del ya desaparecido Humberto Martínez Salcedo. Honesto, recto, genial y, repito, muy culto. Personajes que hoy necesita este país y que, si estuvieran vivos viendo el desmadre que hay con el fiscal general de la Nación, no estarían muy contentos. El maestro Salustiano Tapias soltaría la brocha gorda, se quitaría la correa y le daría una lección a su hijo Néstor Humberto. Es una reprimenda necesaria en aras de los principios de la honestidad, la rectitud y la verdad.

Por Andrés ‘Pote’ Ríos / @poterios

 

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