Aunque parezca numéricamente obvio, muchos vejetes desubicados encontramos complicado asimilar que algún individuo nacido en los noventa pueda ya ser ‘grande’. Por trivial que suene, hay quienes sentimos que este milenio no espabila y que desde 1999 han transcurrido solo instantes. Con todo, difícil desconocer la brecha entre los que hoy bordeamos medianas edades y aquellos nacidos en la década final del siglo XX: una generación con virtudes, prioridades y defectos propios, cuyo futuro trasnocha a muchos.
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Lo prueban los cuantiosos análisis de marketing, obsesionados con cautivarlos como clientes. También tantas quejas paternas, similares a esas que en su ‘indebido momento’ lanzaron abuelos, bisabuelos y tatarabuelos contra sus correspondientes vástagos. O la proliferación de estudios empeñados en definir mediante encuestas, diagramas de barras y cálculos porcentuales a los denominados millennials.
Abundan estereotipos: ‘flojos’, ‘ególatras’, “les faltó rejo”, y un sinfín de enjuiciamientos con tufo a prejuicio. Cuando no los rotulan de irrespetuosos, malcriados, arrogantes, desarraigados, desmemoriados, mantenidos o ingratos, los exaltan como la estirpe más libre, cosmopolita y tolerante de la historia. Unos los caricaturizan, abstraídos en reuniones familiares, con el cerebro y el corazón clavados en sus teléfonos inteligentísimos. Otros reprochan sus exigencias desmedidas, su indisposición al sacrificio y su ambición desmesurada.
Para los interesados, por estos días se vislumbran aproximaciones más razonables al asunto. Meses atrás, Alejandra Fierro Valbuena presentó Ética y juventud, libro inteligente, sin excesos apocalípticos, absoluciones o indultos, bien documentado. Por su parte, Es mejor no preguntar, nueva ficción literaria de Sergio Ocampo Madrid, lanzada hace dos semanas, propone otra mirada oportuna. Y la consigue con rigor y una carga de ingenio, conocimiento y humor cáustico que incluso el más indolente millennial le envidiaría.
A través de Nicoleta y Jacobo –protagonistas simpáticos, que hoy rondarán los veinticinco–, Ocampo retrata en detalle dos procesos paralelos de ‘decrecimiento’, desde la gestación de ambos, en el ocaso del pasado siglo, hasta alcanzar una mal llamada adultez, hará pocos años. Paranoias milenaristas, recriminaciones entre papás primerizos, infidelidades, rivalidades fraternas, sesiones privadas y grupales de autoerotismo, madres new age, créditos al tope y párvulos expertos en manipular a sus progenitores son algunos de los condimentos de este relato, contado con tono cariñoso, irónico y reflexivo.
Mientras las páginas avanzan, el autor, cuyo talante de educador se asoma imparcial y lúcidamente en incontables pasajes, va dejando preguntas, como pistas: ¿son los tales millennials la estirpe abominable de tiranos que algunos desesperanzados pintan, o solo un producto natural de tantos desengaños sumados? ¿Qué pueden hacer dos padres bienintencionados ante unos hijos en cuyas almas creen desconocerse? ¿Quién responde por las nuevas teorías sobre crianza de humanos, aún en periodo de experimentación? ¿Serán la crueldad y el egoísmo dos ruindades de cosecha reciente, achacables solo a los más jóvenes, o las llevaremos adheridas como especie a nuestro ADN?
Lo anterior a dos tiempos, sin victimizaciones, señalamientos morales, exculpaciones generacionales ni indultos: entre divanes, rectorías, camas de moteles, alcobas conyugales, gimnasios y demás mobiliarios y entornos. En suma… entre cotidianidades secretas.
Es de celebrar el advenimiento simultáneo de reflexiones sólidas y creativas alrededor de un tema tan digno de atención. Ofertas inmejorables para entender que más allá de preconcepciones personales hay un mundo cambiante girando bajo nuestros zapatos. Y que por fortuna existen quienes se preocupan por relatárnoslo como es debido. Después de todo, mejor intentar comprenderlos que seguir quejándonos de estos millennials.