El 24 de noviembre de 1991 murió Freddie Mercury. Justo un día después de mi cumpleaños. Desde ese momento no falta un homenaje de mi parte hacia él. Queen es una banda que marca vidas. No es simplemente una agrupación talentosa que se juntó y pegó muchos éxitos. No, lo de Queen trasciende aspectos muy grandes, recuerdos, momentos, formas de vida, lecciones que solo la gente que está tocada por el don de la genialidad logra hacer. Es tanta la magia de Queen que décadas después, su película Bohemian Rhapsody genera una ola de ‘evangelización’ rockera en un mundo que ha tenido un ‘estado catatónico’ musical. Queen lo hace de nuevo: conquista el planeta.
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Queen llegó a mi vida por herencia familiar. Fue mi tío Sergio el responsable de implantar ese tesoro en mí. Y así le ha sucedido a gran parte de esta humanidad que tiene a Mercury, May, Taylor y Deacon como parte fundamental de su vida. Y así es como a mi tío, Queen le llegó a su vida a finales de la década de los setenta mediante un amigo de un amigo que tenía un casete con una banda británica que sonaba muy bien. Y es así como el ‘parche’ de la época era tener una buena grabadora, echársela al hombro, recorrer las calles del barrio, tomar cerveza, guaro, fumarse un porrito y cantar, cantar lo que cayera en ese ‘monstruo’ de pilas grandes que botaba la enorme voz de Freddie, de Ozzy o de Steve Perry. Era rock puro, era amistad al son de esta gran música, era esperar con ansia quién llegaba con lo último de tal banda, el recorte con la letra de tal canción. No había internet, todo era escaso en la Colombia de ese entonces y saber qué se movía en el mundo al son del heavy metal era información privilegiada. Hagan el ejercicio, indaguen en su familia con sus padres o con un tío –en toda familia hay uno o dos con el gen del rock– y verán que la historia concuerda.
Y es así como en mis vacaciones ese tío o esos tíos me evangelizaron en la religión Queen. Recuerdo claramente la frase: “Píllate esta banda. Tiene un cantante tremendo y tiene los mejores coros de rock del mundo. Son unos tesos”. Y así llegó Queen a mi vida y se quedará hasta el día de mi muerte.
Pero la labor no para. Hay que regar el polen de las buenas voces, las geniales guitarras y las potentes baterías. Yo le pasé mi legado ‘queenero’ a mi hermano y a mi mejor amigo. Con Love of My Life, enorme canción de Queen, dediqué mi amor a tres mujeres fantásticas que en momentos de mi vida llenaron mi corazón. Bohemian Rhapsody es un himno que todo lo compone, pero lo que es el legado musical de Queen es infinito. Vibrar en momentos difíciles de la vida con Don’t Stop Me Now o con Spread Your Wings. Batir cabeza con Hammer to Fall o It’s Late es épico. Acá me puedo quedar, citar canciones y canciones y recorrer el océano de géneros que cada vez con más calidad exploró esta banda.
Porque Queen es eso. Es romper paradigmas, es innovar en cada nueva canción, cada show, cada puesta en escena o cada mensaje. Cada uno de ellos, Brian May, John Deacon, Roger Taylor y Freddie Mercury, son innovadores absolutos. Genios de genios.
Ya lo que es Mercury es algo de otro planeta. El mejor frontman en la historia de la humanidad. Arte, carácter, irreverencia, soledad, exageración, amor, creatividad, exigencia (podría seguir), es alma y talento puro.
Vayan a ver la película. Queen, con ella, de nuevo señala el camino del rock en el mundo. Freddie Mercury ruge con su tornado de talento como nunca a través de la fantástica interpretación de Rami Malek (el Óscar debe ser suyo).
Bohemian Rhapsody es una cinta fantástica, una oda a la banda, a una era que sigue y resucita. Es un sube y baja de sentimientos. Y prepárese, los últimos 15 minutos son para llorar y rockear. Es Queen: es genialidad pura
¡Larga vida a Queen! ¡Freddie Mercury eterno en el corazón!